CUANDO TODO SUCEDE EN TU CABEZA

Hay días en los que llegas al final de la jornada agotada. No queda luz, no queda energía y sin embargo, si haces un repaso honesto, descubres algo inquietante: casi todo ocurrió en tu cabeza. Pensaste, anticipaste, analizaste, imaginaste escenarios. Viviste muchas vidas… pero ninguna en la realidad.

Cuanto más inteligente eres, más intensa es esa actividad interna. Más variables, más peros, más capas. La mente se vuelve brillante, pero también exigente. Cada decisión pasa por un filtro infinito y cada paso se retrasa porque hay demasiado que considerar. Así, lo que podría ser un gesto sencillo se transforma en un laberinto. No es falta de capacidad, es exceso de análisis.

El problema no es pensar. El problema es convertir el pensamiento en sustituto de la acción. La cabeza se cansa porque trabaja sin descanso, mientras el cuerpo espera. Y cuando eso ocurre, la realidad empieza a parecer más difícil de lo que es. Todo se vuelve obstáculo porque no se contrasta con hechos, solo con hipótesis.

La salida no está en pensar mejor, sino en pensar menos y probar más. Hacer de la realidad tu campo de pruebas. Avanzar aunque no tengas todas las respuestas. Permitir que la experiencia corrija lo que la mente exagera.

Estar alerta a este patrón es clave. Detectar cuándo llevas horas viviendo hacia dentro y recordarte que la vida ocurre fuera. La cabeza necesita descansar del análisis constante y el descanso real llega cuando el cuerpo actúa.

A veces, la claridad no aparece pensando un poco más, sino atreviéndote a hacer algo antes. Porque no todo se resuelve en la mente. Algunas cosas solo se entienden cuando se viven.

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