LAS ELECCIONES QUE CARGA EL DIABLO

Convocar elecciones se ha convertido en una herramienta de estrategia partidista, no de democracia. Ya no se vota al acabar un mandato ni por responsabilidad institucional. Se vota cuando interesa. Cuando las encuestas sonríen. Cuando se quiere evitar responsabilidades. Y si no sale bien, se vuelve a convocar. Como si el dinero público, la estabilidad y la paciencia ciudadana no tuvieran límite.

La política ha sustituido la acción por el teatro. Los lugares comunes y no decir nada es la tónica. Hablar sobre ella es más rentable que ejercerla. Y las urnas, que deberían ser un ejercicio sagrado de soberanía popular, se usan hoy como salvavidas para partidos sin propósito y sin rumbo o trampolín para los que solo entienden el poder en clave de mayorías absolutas.

Pero lo verdaderamente escandaloso es que nadie asuma el coste del error. Nadie dimite si la jugada no sale. Nadie devuelve el tiempo perdido ni el dinero gastado. Los partidos se conforman con quedar segundos, terceros, o al menos no últimos, mientras los ciudadanos, una y otra vez, perdemos.

Quizás habría que exigir al menos, que si alguien convoca elecciones y no solo no obtiene lo que buscaba, sino que pierde votos  aunque suba escaños, se marche. Porque la democracia no es un casino.Y tampoco somos tan tontos. Y ya va siendo hora de que las urnas vuelvan a ser un instrumento para decidir el futuro, no una excusa para retrasarlo frívolamente. 

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