LA SOMBRA DEL PASADO

Solo pensar en chivatazos y deportaciones en la misma frase me hace retrotraerme a tiempos brutales de la historia que creí ya olvidados. Evoca las peores imágenes de la humanidad, esas que se suponía que habíamos superado, esas que prometimos no repetir jamás y a los que algunos partidos han abierto las puertas avivando el miedo. 

Es un retroceso tan grande para las democracias y para los países que se enorgullecen de ser libres y justos que no me sorprende que los estadounidenses, mezcla donde las haya, más de un 50% de latinos en California, se hayan echado a la calle para defender un país que siempre ha sido sinónimo de acogida y oportunidades.

Porque Estados Unidos, con todas sus contradicciones, ha sido un país de oportunidades, de sueños compartidos, de mezcla y de futuro. Y eso no se defiende con leyes que señalan al diferente ni con medidas que discriminan al que llegó después.

Los norteamericanos, que no son nada súbditos y que esperan poco de su gobierno pero mucho de su libertad, han salido a decir basta. Porque su grandeza no está en las vallas ni en los muros ni en las listas de sospechosos, sino en su capacidad para integrar, para convivir y para defender la libertad que les define.

Me duele ver que el mundo se repliega, que el miedo al otro vuelve a estar de moda. Porque detrás de cada chivatazo hay un interés vergonzante, un silencio cómplice y detrás de cada deportación hay un trozo de dignidad que perdemos todos.

EL ERROR DEL CAFÉ PARA TODOS

Mucho se estudia e investiga sobre la motivación laboral y muchas teorías se repiten como si aún fueran útiles para el reto de mantener el talento que enfrentan las corporaciones. Viejas fórmulas con atávicos liderazgos que pretenden hacer pasar por vino nuevo lo que no deja de ser la misma botella de siempre.

La ley del mínimo esfuerzo a la hora de averiguar qué motiva a cada uno de sus empleados acaba imponiendo el mismo sistema para todos. Un café para todos que en realidad amplifica la inequidad y refuerza la sensación de que nadie tiene en cuenta tu esfuerzo ni tu talento.

Somos seres sociales. Por mucho que nos vendan la idea de competir con las máquinas lo cierto es que la comparación consciente o no forma parte de nuestras herramientas favoritas. De ahí nace una de las causas más comunes de la desmotivación: la inequidad. Muchas veces no se trata de lo que tengo sino de cómo el sistema reparte.

He vivido lo suficiente entre funcionarios para saber que su fórmula mágica para la paz social es precisamente el café para todos. Y es la peor de las opciones. No hablaré de la lealtad política y otras cuestiones que contaminan el trabajo pero desde luego gran parte de los problemas de nuestra burocracia nacen ahí.

Si quieres empezar a atajar la desmotivación revisa tu sistema de recompensas. Pregúntate si es equitativo. Porque motivar no es dar lo mismo a todos sino dar a cada uno lo que merece y asegurar lo que necesita para crecer.

TURNISMO Y EL JUEGO DE LAS URNAS

Desde que acaban las elecciones, los partidos políticos tradicionales solo tienen un objetivo en la cabeza: las siguientes elecciones. Los primeros meses del año que toque volver a votar son el escaparate perfecto para las inauguraciones, las obras y las concesiones, todo cuidadosamente planificado para que la foto salga bien y el voto caiga donde debe.

Ahora que las aguas están más tranquilas, tras eliminar opciones y competidores, toca controlar la estrategia de qué se vota antes y qué después. Las primeras urnas que caigan serán las que reciban el castigo de la desilusión, del desencanto y de las manifestaciones que llevan meses cebándose. Por eso, la pugna está servida.

Algunos políticos autonómicos y locales rezan para que las primeras sean las elecciones nacionales, a ver si así el desgaste se lo comen otros. Se visten de dignos en declaraciones públicas, aunque su lealtad al partido sea de conveniencia. Y otros políticos nacionales también miran con desconfianza al calendario, porque saben que si las elecciones van primero en las autonomías, puede que el suflé se desinfle y el resultado les pase factura.

Vuelven los tiempos del turnismo corrupto que tantas veces hemos padecido. Ese que reparte prebendas, compensa silencios y paga fidelidades con promesas de futuro. Y mientras, la mayoría de los ciudadanos —que somos quienes más perdemos en este juego— asistimos con resignación al espectáculo de siempre.

Porque cuando el objetivo de la política es el poder y no el bien común, lo único que cambia es el actor principal. El guion, por desgracia, sigue siendo el mismo.

LA RED SIN JAULAS

Eva siempre había pensado que la libertad era poder decir lo que quisieras, cuando quisieras. Pero cada vez que publicaba algo en la red social de moda sentía una punzada de miedo. ¿Quién lo vería? ¿Cuántos “me gusta” conseguiría? ¿Cuánto valía su voz en ese mundo de algoritmos y aplausos vacíos?

Una tarde, mientras tomaba café en su rincón favorito, escuchó hablar a un chico de barba descuidada sobre un sitio donde no había algoritmos decidiendo por ti. Un lugar donde las redes no tenían dueño, y donde cada comunidad era como un pequeño pueblo donde todos se conocían.

—¿Un pueblo digital? —preguntó Eva con curiosidad.

—Sí —respondió él—. Lo llaman Fediverso. Imagínate una red de redes, donde cada uno puede elegir cómo participar y a quién escuchar.

Aquella noche, Eva entró en uno de esos nodos. No había anuncios. No había sugerencias. Solo un timeline lleno de ideas, conversaciones y gente real. Sintió una calma que había olvidado. Publicó algo y, por primera vez en mucho tiempo, no se preguntó cuántos likes obtendría.

A la mañana siguiente, mientras caminaba al trabajo, pensó en todas las veces que había sentido que su voz no valía si no era medida por un corazón digital. Sonrió. Porque entendió que la verdadera libertad no estaba en tener muchos seguidores, sino en poder ser uno mismo sin miedo.

Y así, Eva decidió que, aunque el mundo le ofreciera jaulas de oro, prefería una pequeña casa de madera en un lugar donde su voz fuera de verdad.

Tú qué prefieres?

CUANDO LA VIDA SE REDUCE A BULLETS POINTS

Me encanta la gente que tiene la vida tan clara que la puede resumir en unos bullets points y encima numerados. Y si los demás no lo saben, no lo tienen claro o no lo practican es porque no quieren. Ese afán de superioridad que presume de no necesitar ayuda aunque la anhele es un grito de reconocimiento disfrazado de certeza.

Esos, los que  creen que el aprendizaje solo depende de uno mismo. Como si los libros, conferencias, clases y consejos los hubieran obtenido por ciencia infusa. Sí a mí también me gustaría tener ese superpoder pero siempre aprendemos de los demás y hay que agradecerles que en lugar de dar lecciones, compartan su experiencia y conocimiento sin darse tanta importancia.

La vida no cabe en un esquema perfecto. Ni la nuestra ni la de nadie. Porque si todo fuera tan fácil como escribirlo, no habría entrenadores de nada ni apenas profesiones. Hoy la información es accesible para casi todo el mundo y no por ello sabemos hacer de todo y menos, bien aunque hemos mejorado en muchos asuntos.

Y ahí es donde aparece la compasión. Para recordar que todos tenemos diferentes habilidades, gustos y emociones. Que nos adaptamos por nuestras vivencias, convicciones y conocimientos de forma distinta por lo que nos ocurre. Que la vida no siempre se deja explicar en un punteo aunque nos encantaría.

Entrenar para ser y sentirnos bien no es solo aprender de los clásicos o de las lecciones ajenas. Es reconocer que detrás de cada lista perfecta hay un ser humano que duda, que cae, que se levanta y que necesita ayuda de los demás para avanzar.

Ese camino de compasión, humildad y reconocimiento personal nos hará mejores. Porque enseñar no es exhibir la propia fortaleza sino acompañar la fragilidad de quien todavía no sabe por dónde empezar.

Decía Erasmo «Cuanto menor es el talento, mayor es el orgullo, la vanidad y la arrogancia que se exhiben».

NUESTRO PROPIO AGUJERO NEGRO 

Cuando algunas de las personas a las que acompaño me trasladan su temor de estar bajo la lupa de sus compañeros y  empleados,  hacemos varias dinámicos para demostrarles que cada uno, donde pasa más tiempo, es en sí mismo. 

Vamos tan rápido que no reparamos en la rueda en la que estamos. Buscamos constantemente un mejor trabajo,  ganar un mejor sueldo, todo para comprar más cosas o hacer más cosas. Pero cada vez más en solitario.

Cada vez más trabajo y menos tiempo para disfrutar y pensar. Y cuando por fin tenemos unos minutos los dedicamos a seguir pensando en nosotros. En lo que nos falta. En lo que podríamos tener. En lo que aún no hemos logrado.

Quizá no sea que estemos desmotivados sino que el foco está mal dirigido. Quizá hacer tanto solo para uno mismo no sea tan gratificante como nos vendieron.

Somos seres sociales. No estamos diseñados para vivir encerrados en nuestros logros ni en nuestros planes. Cuando todo gira solo en torno a nuestro propio disfrute aparece un vacío. Sutil al principio. Pero insistente.

Ese vacío se convierte en un agujero negro que empieza a tragarse todo. El esfuerzo. La alegría. El disfrute. Nada parece suficiente. Todo se acelera. Y cuanto más tratamos de llenarlo con cosas, más crece.

Pero si movemos el foco. Si compartimos aunque sea un poco. Si hacemos algo con otros o para otros. Si dejamos de preguntarnos todo el tiempo qué más necesitamos y empezamos a mirar alrededor.

Quizá el agujero no desaparezca. Pero se volverá más pequeño. Menos negro. Y más humano.

TUS HÁBITOS HABLAN MÁS QUE TUS DECISIONES

Pensamos que tomamos decisiones solo cuando alguien nos plantea una elección clara. Pero la mayoría de las veces decidimos sin darnos cuenta. A través de lo que repetimos. De lo que hacemos cada día sin pensarlo.

Muchos de nuestros hábitos no los elegimos, los heredamos o los automatizamos. Los convertimos en parte de nuestra rutina sin cuestionarlos. Y sin embargo, cuando queremos cambiarlos, sentimos que no podemos. Que no tenemos fuerza de voluntad. Que no tenemos elección.

Eso es un sesgo cognitivo. Creer que el cambio requiere una gran revelación o un futuro perfecto es una trampa. Como decía Aristóteles, somos lo que hacemos repetidamente. No lo que decimos que queremos hacer.

Y repetir no necesita planificación, necesita práctica. Necesita revisar lo que ya hacemos en piloto automático y preguntarnos si nos está llevando donde queremos ir. Porque más de lo mismo solo produce más de lo mismo.

Cambiar un hábito no requiere cambiar tu vida entera. Solo empezar por un gesto. Por una mínima acción distinta. Una que puedas sostener. Una que tenga sentido para ti.

No estás condenado a lo que haces. Estás entrenado en ello. Y si has aprendido algo, puedes desaprenderlo. Puedes practicar una versión de ti más coherente con lo que sueñas.

Busca ayuda si lo necesitas. Merece la pena salir del bucle. Porque vivir en automático no es vivir, es repetir. Y tú mereces algo más que eso.

CONECTADOS, NO ENCHUFADOS

En España, demasiadas veces, los gobiernos no los elige la ciudadanía, los pone la corrupción. No importa tanto la ilusión que generen, ni los proyectos que prometan. Lo que marca el ritmo son los pactos ocultos, los favores devueltos, los nombres heredados.

Es triste, sí. Triste que nadie ilusione, que ni siquiera parezca capaz de abordar los problemas que cada vez nos apremian más: la vivienda, la precariedad, la salud mental, la sostenibilidad, la justicia.

Nos hemos acostumbrado al nepotismo, al enchufismo y a todos esos “ismos” que convierten el interés público en algo privado y cada vez más personal, más de unos pocos. Quien gobierna no representa: ocupa. Y quien no forma parte de esa red de influencias queda fuera, aunque valga más.

No pensé mucho el lema de campaña, siempre lo tuve claro: “Conectados, no enchufados”. Y dos años después, sigue más vigente que nunca, tristemente. Porque el objetivo no es unirnos, sino separarnos. No es escucharnos, sino enfrentarnos. Cuanto más desconectados estemos unos de otros, más fácil será manejarnos.

Nos quieren más enfadados que implicados, más sospechosos que solidarios. Porque en el río revuelto de la desconfianza y la apatía, los mismos de siempre siguen pescando el poder.

Pero aún podemos cambiar el rumbo. Volver a conectarnos de verdad. Entre nosotros, con las ideas, con lo que importa. Porque una sociedad enchufada a la esperanza y no al privilegio… aún es posible.

ELIGE BIEN TU 50%

Una vez leí que el gobierno chino a los mejores expedientes universitarios les contrataba para pensar sobre cómo mejorar el futuro del país, me pareció tan interesante que desde entonces he intentado que se pudiese hacer aquí sin mucho éxito la verdad.

Pensar en el futuro de tu país debería ser un acto honorífico de esperanza. Un ejercicio de imaginación en el que proyectar nuestra mejor versión y al que acercarnos con pasos conscientes. Pero muchas veces, al imaginar lo que viene, lo hacemos desde el miedo. Nos vemos fallando, perdiendo, quedándonos atrás.

¿Por qué pudiendo elegir vernos exitosos pudiendo tener de inicio al menos  un 50% de razón, preferimos anticipar el fracaso? Porque el cerebro prefiere lo conocido, incluso si duele. Porque anticipar lo malo parece protegernos de la decepción. Porque crecer da vértigo.

El problema es que imaginar un futuro oscuro no nos prepara, nos paraliza. Esa visión pesimista moldea nuestras decisiones, debilita nuestras habilidades, limita nuestras capacidades. Nos hace pequeños en lugar de hacernos fuertes.

Cuando dejamos de pensar en el futuro dejamos de construirlo. Actuamos sin dirección. Nos conformamos con sobrevivir en lugar de diseñar. Son los chinos también los que han replicado para sus escolares, una estación espacial en Marte y les animan a encontrar innovaciones  divirtiéndose en ella. 

Nuestro hábito se puede cambiar y es importante enseñar a nuestros pequeños a hacerlo.Visualizar escenarios positivos activa redes cerebrales asociadas a la motivación, la planificación y la acción. No se trata de ingenuidad sino de entrenar la mente para trabajar a favor, no en contra.

Ayúdales a imaginar  quién puedes llegar a ser. Escríbelo. Visualízalo. Hazlo hábito. Porque el futuro no se adivina, se entrena. Y pensar bien de uno mismo no es vanidad, es compromiso. Con tu presente y con todo lo que aún puedes llegar a ser.

LA DANZA DE LAS SARDINAS

En las profundidades del océano, donde la luz apenas alcanza, vivía un enorme banco de sardinas. Cada día nadaban juntas en un movimiento armónico, formando figuras imposibles en el agua: espirales, olas, remolinos que desorientaban a los depredadores y dejaban asombrados incluso a los tiburones.

Pero dentro del banco, había tensión. Algunas sardinas jóvenes querían nadar más rápido, otras decían que debían formar nuevas figuras, y unas pocas pensaban que debían romper la formación y buscar su propio camino.

—¿Por qué debemos movernos siempre en grupo? —preguntó una.

—¿Y quién decide hacia dónde vamos? —reclamó otra.

Entonces, una vieja sardina, de escamas desgastadas pero mirada profunda, se detuvo en medio del banco.

—No somos muchas sardinas nadando juntas —dijo—. Somos un solo cuerpo en movimiento. No hay una líder fija. A veces una va al frente, a veces otra. El liderazgo aquí no se impone: se intercambia, se escucha, se adapta.

Las sardinas se miraron en silencio. Comprendieron que su fuerza no venía de una orden rígida ni de un pez imponente al frente, sino de la coordinación, la confianza mutua y la flexibilidad para liderar y seguir según lo necesitara el momento.

Desde ese día, dejaron de discutir y volvieron a nadar como una sola mente con miles de cuerpos. Y aunque ninguna sardina era la jefa, todas eran esenciales.

Os dejo este interesante cuento con bien de Omega3 para vuestra reflexión sobre el liderazgo verdadero, en el que a veces se guía, a veces se sigue. Lo importante es moverse en armonía hacia un propósito común.

¿TIENES UN FUTURISTA CERCA ?

Células madre para hacer carne comestible, para que vuelvan a crecer los dientes, sangre sintética que sirve a todos los grupos sanguíneos… Vivimos tiempos que se mueven más rápido que nuestra capacidad de asimilar. Cambios tecnológicos, sociales, climáticos y laborales que antes tardaban décadas hoy ocurren en meses. Y sin embargo, no todos miramos hacia el futuro con los mismos ojos.

Están quienes se bloquean, se aterran, prefieren no pensar en lo que viene y si hablas de su sector se ponen a la defensiva. Como si negar el futuro pudiese detenerlo. Lo comprendo, tanta incertidumbre asusta, y no todos crecimos en entornos que entrenaran la flexibilidad o la curiosidad como una fortaleza. Todo lo contrario mantenerse y no cambiar era digno de admirar.

Pero también existimos otros. Los que miramos hacia adelante con curiosidad, hambre de aprender, con ganas de adaptarse, con fe en que el cambio no siempre es una amenaza, sino una oportunidad. Personas que no necesitamos tenerlo todo claro para seguir avanzando. Que probamos, nos equivocamos, y lo volvemos a intentar.

La gran pregunta es: ¿estamos desarrollando las habilidades que este mundo en transformación necesita? Curiosidad, pensamiento crítico, adaptación, escucha activa, visión de futuro… ¿Tenemos cerca personas que nos animan a ejercitarlas? ¿Las promovemos en nuestros equipos, en nuestras familias, en nosotros mismos?

Porque estar rodeados de gente que no teme al futuro nos cambia el presente. Nos empuja, nos activa, nos enseña que lo desconocido no es sinónimo de peligro, sino de posibilidad. Y eso, si se entrena y se contagia, puede convertirse en una cultura compartida.

Quizá no podamos predecir el futuro. Pero sí podemos prepararnos juntos mejor para abrazarlo. Y esa, ya es una forma de construirlo. No lo dejemos en manos de los demás. El coraje de hacerlo también nos transformará. Empieza hoy, piensa en cómo será tu mundo en 10 años.

LO HUMANO NO SE DELEGA

En nuestro país y por desgracia, en muchas otras democracias modernas se ha instalado una práctica perversa, cuando aparece una urgencia humana, las instituciones discuten de quién es la competencia.Mientras tanto, las personas esperan. O sobreviven y desesperan con la ayuda. O mueren. La crisis de responsabilidad es tan bestial que avergüenza a cualquiera escucharles echar balones fuera. 

No importa si hablamos de personas sin hogar refugiadas en aeropuertos, de incendios, inundaciones, de emergencias sin resolver y sin avisar, de menores no acompañados, de mujeres en riesgo o de ancianos con dependencia severa. El patrón se repite, unos dicen que es competencia municipal, otros que es de la Comunidad Autónoma, otros del Estado. Y en esa danza de trámites y silencios, la realidad sigue avanzando y los políticos siguen. Todo lo contrario a lo que significa poner a las personas primero, eso que cacarean en campaña.

Cuando una vida está en peligro, no hay tiempo para firmar convenios. Hay que actuar.No podemos seguir permitiendo que las soluciones dependan del organigrama institucional. No podemos tolerar que una persona con una necesidad urgente de atención de emergencia, de salubridad, médica, refugio o apoyo psicológico reciba como respuesta: “Eso no me corresponde”.

Por eso debe nacer un grito y una indignación colectiva para que lo humano no se delegue y si no pueden cooperar voluntariamente que sea obligatorio por ley y desde alguna posición dirigida y supervisada por ciudadanos elegidos por sorteo. 

Pedimos protocolos de acción conjunta, mecanismos de intervención directa, y sobre todo, una transformación ética que ya alarma, pasar de la excusa al compromiso. Porque gobernar no es administrar lo posible. Es responder a lo necesario. Para eso pagamos impuestos y seguimos con  el anacrónico formato estado-nación. 

Cuando la política no responde, la ciudadanía debe despertar. Y lo hará. Porque esta vez no se trata mas que de humanidad. Porque ellos fueron los que voluntariamente nos prometieron acabar con los problemas, no crear y resolver otros distintos y ficticios. O forman parte de la solución, o sobran. 

LA REBELIÓN DE LA OVEJA NEGRA 

Algunos dicen que mis escritos son largos. Y puede que lo sean. Pero es que las ideas necesitan espacio. Las reflexiones no caben en eslóganes ni en frases diseñadas para acumular “likes”. De hecho, tanta letra evita la mayoría de likes aunque espero y deseo que no de lectura. Argumentar es tomarse el tiempo de pensar, de conectar, de matizar.

Vivimos tiempos de pereza argumental. Entre la falta de paciencia y la pérdida de capacidad lectora, en gran parte creo, fruto de no entrenar la atención, hemos ido abandonando el pensamiento crítico, ese que incomoda porque obliga a dudar, a preguntar, a tener que entenderlo, a no conformarse con lo primero que nos dicen.

Nos han acostumbrado al trazo grueso, donde todo entra, lo que conviene, lo que manipula, lo que polariza. Porque lo complejo cansa, y lo simple moviliza. Quienes solo quieren nuestra voluntad, no nuestra opinión ni nuestra conciencia, prefieren no concretar, no sea que descubramos que lo que dicen no se sostiene si se mira de cerca.

Cada vez nos quieren más uniformes, más rebaño, más redil. Pero a mí, lo confieso, cada vez me enorgullece más ir contracorriente. Me gusta ser la oveja negra que se detiene a pensar cuando todas las demás corren. Porque el que piensa, elige. Y el que elige, incomoda.

Si defender lo complejo, lo argumentado y lo libre me convierte en rara, bienvenida la rareza.

Porque no quiero tener razón. Quiero tener argumentos. Y por eso respeto que todo el mundo pueda expresar su opinión y emulo a Voltaire pero no respeto todas las opiniones porque algunas no son respetables y todo eso, hoy, parece casi un acto de rebeldía.

MELODY, UNA FUERZA VALIENTE  QUE CONTAGIA

No sé si Melody ganará Eurovisión. Lo que sí sé es que ya ha conquistado muchos corazones, entre ellos el mío. Porque hay algo en su forma de estar, de insistir, de entregarse, que va mucho más allá de una canción y que sí ha demostrado. 

Melody es la constancia y el entusiasmo auténtico a pesar de todo y de todos. Ambos siguen siendo una fórmula poderosa. Que se puede trabajar duro, con ilusión, sin caer en divismos, y aún así brillar. O quizá precisamente por eso.

Tiene talento, personalidad y carácter incansable, pero lo que más admiro en ella es su inasequibilidad al desaliento. No se da por vencida, no se acomoda, no se excusa. Cada paso que da lo hace con una voz y una energía que contagian y una sonrisa que abre caminos.

Canta sobre desamores, sobre resistencia y dolor, pero ella se comporta como todo lo contrario a lo que canta, entera, vital, luminosa. Como quien sabe que todo camino de rosas tiene también sus espinas, y aún así vale la pena recorrerlo.

Quizá no gane Eurovisión. Pero está ganando algo aún más valioso, la admiración de quienes sabemos reconocer la verdad, la autenticidad y el verdadero esfuerzo cuando se sube a un escenario.

Habrá quien diga que es naïf por seguir creyendo, cansina por insistir pero solo lo duden los que nunca lo  consiguieron. Gracias, Melody, por recordarnos que el entusiasmo es una forma de resistencia. Y por contagiarnos las ganas de seguir intentándolo, cada día, como tú. No te pudieron poner mejor nombre. 

CUANDO LO EXCEPCIONAL DEBERÍA SER LO NORMAL

José Mujica, expresidente de Uruguay, ha sido admirado en todo el mundo por su austeridad, su cercanía y su coherencia entre lo que dice y lo que hace. No importa la ideología: su estilo de vida sencillo, su forma de hablar sin adornos y su honestidad emocional despiertan respeto incluso entre quienes no comparten sus ideas.

Pero ahí está el problema: admiramos a Mujica como si fuera un milagro, cuando debería ser el estándar. Nos emociona su renuncia a los privilegios, su casa modesta, su forma de mirar de frente y su rechazo a los excesos del poder, porque nos hemos acostumbrado a lo contrario. A políticos que confunden representar con acumular, liderar con imponerse y servir con servirse.

Mujica no fue perfecto. Ni quiso parecerlo. Pero puso el listón en el lugar más difícil: el de la humanidad en la política, el de no dejar de ser persona por ocupar un cargo.

Y quizá eso sea lo que más necesitamos hoy: menos grandilocuencia y más coherencia; menos espectáculo y más decencia básica. Que lo admirable no sea lo raro. Que lo digno no sea lo anecdótico.

Porque si nos seguimos sorprendiendo por lo que simplemente es honesto, entonces algo está muy roto. Y tocará arreglarlo no con héroes, sino con ciudadanos que ya no acepten que lo excepcional sea la excepción.

DE LA BUTACA AL COMPROMISO

No es lo mismo ser parte del público que formar parte de la sociedad civil. El público observa. Aplaude o critica desde la distancia. La sociedad civil se implica. Se organiza. Propone. Construye. Mientras el público espera que algo pase, la sociedad civil hace que pase.

Vivimos en un tiempo donde cualquiera puede opinar pero pocos están dispuestos a involucrarse. Donde arriesgar el prestigio es casi un acto heroico. Exponerse, decir lo que se piensa, actuar con coherencia, se ha vuelto peligroso. Y aun así, sigue siendo imprescindible.

Tocqueville lo llamó envidia democrática. Ese malestar colectivo que nos lleva a criticar a quien brilla, a quien asume responsabilidades, a quien se atreve a destacar. En esa cultura del igualitarismo superficial, se castiga más al que lo intenta que al que se mantiene al margen.

Hay quien llega a la política orgulloso de no tener pasado. Como si no haber pertenecido a ninguna causa fuera prueba de neutralidad. Pero no haber estado nunca del lado de quienes sueñan, proponen o resisten, no es limpieza. Es ausencia.

Comprometerse es entender que la conexión entre lo personal y lo político es real. Que el poder de organizarse transforma. Que hay un deber cívico en moverse cuando el sistema hace aguas. Que no se trata de tener todas las respuestas, sino de no quedarse en silencio.

Cambiar el mundo empieza dejando la butaca. Y sí, arriesgar el prestigio puede costar caro. Pero callar siempre sale más caro cuando lo que está en juego es el futuro de todos.

LA INSTITUCIONALIZACIÓN DEL COTILLEO

En una mis  series policiacas  favoritas el protagonista cerraba un capítulo con esta contundente frase : “al ojo del microscopio todos tenemos miserias”. Lo que  no anticipó es que esa perspectiva y foco, iban a ser la tónica general. 

Como liberal convencida, me horroriza comprobar cómo la intimidad se ha convertido en el ariete definitivo de la política y de la sociedad. En lugar de debatir ideas, propuestas o resultados, se amenaza con vídeos, audios, capturas, mensajes, y cualquier otra pieza de vida privada que sirva para torcer voluntades sin necesidad de pensar ni dialogar.

Lo que debería ser un acuerdo público, transparente y evaluable se sustituye por una extorsión emocional encubierta, donde el precio no es un argumento sino un silencio forzado. ¿Dónde queda la democracia si lo que importa no es el por qué de una decisión, sino el miedo a que salga a la luz lo que no debería importar?

Estamos alimentando una sociedad de cotillas institucionalizados, con programas ad hoc, financiados en muchos casos con dinero público, donde lo que interesa no es la eficacia de una política, sino la vida sexual, romántica o emocional de las personas. Donde salir del armario deja de ser un acto libre y valiente para convertirse en un empujón con intereses cruzados.

Y con ello arrastramos sesgos de todo tipo: homofobia, machismo, clasismo, edadismo, racismo. Porque no todo escándalo es igual si lo protagoniza un hombre o una mujer, un joven o un mayor, un político o una activista. El castigo moral no es parejo, ni tampoco el eco que se le da.

En pleno siglo XXI, en la era digital, seguimos sin una legislación efectiva que proteja la intimidad. Y eso, en un mundo donde todo viaja más rápido que la pólvora, es una bomba de racimo emocional, política y social. Porque por donde pasa, nada crece, solo queda miedo, manipulación y silencio.

Y el silencio, en democracia, no es neutral: es una renuncia peligrosa.Todos tenemos derecho a tener una intimidad protegida del cotilleo delincuente cutre y de cualquiera que cree poder amenazar con su propio teléfono. 

LEÓN XIV: EL VERDADERO LÍDER DEL MUNDO LIBRE

Es significativo que el día que se conmemora una  guerra se insista en todo un discurso en la paz. Cuando el mundo polariza tanto que lo quiere inocular en cualquier lugar, la unidad sea lo relevante y cuando se criminaliza a los inmigrantes se elija a un misionero que tiende puentes y acoge es una declaración de intenciones. Y que sea norteamericano, la tercer ley de Newton. 

Ha elegido llamarse León XIV, un nombre que resuena con fuerza, pero no por imposición, sino por valentía tranquila, por el deseo de cuidar, de escuchar, de sostener. En sus primeras palabras, no hubo ambigüedad: la palabra más repetida fue “tutti”, todos. Le siguieron paz, amor, diálogo, encuentro, construir puentes.

Un mensaje claro para un mundo roto, fragmentado, donde cada uno parece hablar solo consigo mismo. Y me emociona aún más porque es agustino, como el colegio en el que estudié en Talavera. Mis compañeras recuerdan su visita, cercana, sencilla. Hoy esa cercanía se proyecta desde Roma y yo recuerdo las palabras de San Agustín que tantas veces  leí y me sigue inspirando:” Conócete, acéptate, supérate”

No es común ver a alguien tan joven al frente de una institución tan antigua. Pero ahí está, con la fuerza del que no quiere imponer, sino inspirar. En tiempos donde el ruido vende más que la serenidad, su elección parece un acto de fe en que otra forma de liderazgo es posible: más humano, más sabio, más comprometido y siendo experto en derecho, más prudente seguro. 

León XIV no viene a rugir, viene a convocar. A recordarnos que aunque las reformas siguen siendo necesarias, estas son un camino compartido. Debiendo ser la Iglesia no un bastión de poder, sino hogar para el que busca sentido, consuelo o esperanza.

Quizá sea pronto para hablar de legado. Pero no para reconocer el gesto, el símbolo y la dirección. Y todo eso —como su nombre, su historia y sus palabras— apunta a una sola cosa: tutti. 

HASTA LA FUMATA BLANCA

Viendo el telediario hoy quizá deberíamos inspirar nuestra política patria en los que mejor entendieron que los grandes acuerdos necesitan presión, tiempo y encierro. En la Capilla Sixtina, nadie sale hasta que hay Papa. No se negocia en los pasillos, no se delega, no se huye. Se debate hasta llegar a los dos tercios. Se pacta de verdad.

Y si aún queda alguien que piense que eso no es aplicable a la política actual, que recuerde el cónclave más largo de la historia. Viterbo, 1268. Duró 33 meses. Tan estancados estaban, que en 1270 les quitaron el techo, cortaron la comida y los dejaron solo con pan, agua y vino. Finalmente, con solo 16 cardenales agotados, lograron un acuerdo. Eligieron a Gregorio X, quien instauró formalmente el cónclave como sistema.

Si eso no genera consenso, me refiero por supuesto al vino, nada lo hará. En política internacional hubo algo parecido. Kofi Annan lo llamaba “la estrategia del ascensor”. Encerrar a las partes en conflicto hasta que encontraran una salida común. Sin teléfono, sin prensa, sin portazos teatrales. Solo personas mirándose a los ojos hasta que llegara una decisión compartida.

Los Parlamentos modernos requieren tanta celeridad y talento  que necesitan menos espectáculo y más encierro con propósito. Que no se levanten hasta que haya acuerdo. Que se miren a los ojos sin cámaras, escapatoria ni titulares. Que recuerden que representar no es posar, ni perorar, es construir juntos.

No hace falta quitar el techo ni dejarles sin comer. Bastaría con exigirles que se queden hasta que haya fumata blanca. Y si no, que aprendan lo que cuesta el silencio productivo. Porque si incluso en el siglo XIII lograron ponerse de acuerdo, hoy, con tantos asesores, dispositivos, calefacción , copas y café, también podrían, o quizá es la televisión la cuestión o que percibiesen el sueldo a resultado…

ENTRENAR LA INCERTIDUMBRE

En la película Cónclave, de rabiosa actualidad, hay un momento en que el Decano habla del discurso de la certidumbre. Esa necesidad humana de aferrarse a lo seguro, a lo previsible, a lo que ya conocemos, aunque esté agotado. La tentación de buscar líderes que lo tengan todo claro, aunque mientan de forma elegante.

Pero el mundo real no funciona así. La incertidumbre es la norma, no la excepción. Y cuanto más intentamos negarla, más nos bloquea, más nos frustra, más nos agota. Porque nadie puede prometer certezas sin pagar un precio alto en flexibilidad, conciencia o verdad.

La globalización y la tecnología han acelerado esta realidad. Vivimos conectados, en tiempo real, a acontecimientos que se multiplican y cambian antes de que podamos procesarlos. Lo que ayer parecía seguro, hoy ya no sirve. Las reglas del juego se transforman y los mapas caducan.

Por eso, el futuro no lo liderarán quienes prometan seguridades imposibles, sino quienes se entrenen para navegar la incertidumbre con inteligencia emocional, pensamiento crítico y capacidad de adaptación. Es decir, todo lo contrario de lo que ahora buscamos.

A eso me dedico. A acompañar a personas y organizaciones a desarrollar las habilidades que no se improvisan. Las que permiten navegar el futuro, tomar decisiones con dudas, moverse sin mapa, aprender en medio del caos y construir confianza cuando todo tiembla.

La certidumbre suena bien, pero a menudo es solo una forma elegante de evitar el vértigo. La incertidumbre, en cambio, es la realidad desnuda que solo se vuelve oportunidad cuando dejamos de temerla y empezamos a entrenarla.