CUANDO APUNTAS CON EL DEDO

Buscar culpables se ha convertido en un aburrido hábito social. Ante cualquier error, cualquier incomodidad o cualquier fracaso, lo primero que hacemos es señalar. Al jefe, al gobierno, al compañero, al azar. Es un gesto rápido que alivia, pero no transforma.

Mi experiencia ha sido muchas veces solitaria. En muchos momentos, habría sido fácil culpar al entorno, a las circunstancias, a los que no estuvieron. Pero, incluso en esa soledad, me mantuve firme a algo que me enseñó mi padre desde pequeña, a buscar soluciones. No se señala, se actúa. No se culpa, se responde. No se huye, se asume.

Culpar desvía el foco de lo que sí podemos cambiar, de lo que nos toca mirar de frente. Alimenta sesgos, nos acomoda en relatos donde todo lo malo viene de fuera, y así evitamos hacernos preguntas que duelen.

Traicionar esa enseñanza sería traicionarme a mí misma. Sería alta traición a mis valores, a mi aprendizaje, a esa semilla de responsabilidad que él sembró en mí con el ejemplo, no con palabras.

Y luego está el karma, esa forma en la que la vida acaba poniéndote en el lugar exacto que tanto criticabas. Porque, cuando uno vive apuntando con el dedo, tarde o temprano la vida te pone al otro lado.

Ser responsable no es cargar con todo, es dejar de huir. Y en esa elección se esconde una libertad que no depende de nadie más. Porque solo quien no necesita culpables está preparado para cambiar su historia.

Cuando sientas la tentación de culpar a alguien por lo que estás viviendo, hazte esta pregunta antes, ¿qué parte de esto depende de mí, aunque sea un uno por ciento?

Esa pequeña porción puede ser el inicio de un cambio enorme. No para cargar con todo, sino para recuperar poder. Porque la responsabilidad no pesa cuando se convierte en motor.

ÁLEX MÁRQUEZ: ROMPIENDO EL SÍNDROME DEL PRÍNCIPE CARLOS.

No puedo dejar pasar lo que Álex hizo el domingo en Jerez, no solo ganó una carrera. Ganó la paciencia, la fe silenciosa de quienes caminan durante años a la sombra esperando su momento sin saber si alguna vez llegará.

Hubo quienes en la caída de Marc, dejaron las esperanzas y la ilusión en el camino sin medir las ganas de alguien que ve el camino libre para su propia adrenalina. No contaban con el impulso cocido a fuego lento. 

Álex Márquez cruzó primero la meta rompiendo ese hechizo que amenaza a tantos el síndrome del príncipe Carlos, ese laberinto donde uno parece condenado a ser eterno heredero sin coronación viviendo siempre a un paso del triunfo que nunca termina de abrirse.

Pero Álex eligió forjarse en el trabajo en la constancia en los días en que solo quedaba creer. Cada vuelta, cada caída, cada segundo lugar fueron piedras que pulieron su carácter hasta convertirlo en algo irrompible.

Y no podía ser en otro lugar. España. Jerez. Con la pasión desbordada de la Nieto-Peluqui ese pequeño templo de la afición que Álex abrazó como se abraza a la vida llamándolo Patrimonio de la Humanidad. Con ese gesto arriesgado de saludar mientras aún temblaban las ruedas dijo más que mil discursos.

Ayer no solo celebramos una victoria. Celebramos el triunfo de quienes se hacen fuertes en el silencio de quienes no buscan el foco sino el propósito de quienes no rinden su alma a la prisa ni al desaliento.

Qué emocionante fue  ver cómo cada curva de hoy y sobre todo de esa última vuelta fue como una declaración, cada lágrima un testamento, cada saludo una promesa para todos los que seguimos peleando por que llegue nuestro momento, llegar a ser más que una sombra y encontrar nuestra propia línea de meta. ¡Enhorabuena Álex! 

EL COLMO ENERGÉTICO DE ESPAÑA 

EL colmo energético de España es que a las 12:30 de la mañana con un sol de justicia y unos Fondos Europeos que inundaron nuestras cuentas, no hayamos tenido placas solares suficientes en edificios públicos y viviendas para ser autónomos y no rayar la histeria con nuestros comportamientos.

Quién ha sido. No qué ha pasado, ni por qué. Esa es la respuesta que exigimos siempre, como si necesitáramos un culpable visible para aceptar la magnitud de un fallo que nos negamos a enfrentar, culparle, quemarle y a otra cosa. Como parece que hacemos con todo lo que nos acontece desde la pandemia. Lo de muerto el perro…

Hoy, a las 12 de la mañana, cuando España produce más energía solar de la que consume y hasta da para abastecer a Francia, el país entero ha ido a negro. Un apagón que puede que huela a “evento” y no a accidente,  pero que deja al descubierto una verdad incómoda la falta de previsión, responsabilidad y liderazgo de nuestras Administraciones respecto a nuestra autonomía energética. 

Alguien entiende que España, con la cantidad de Fondos Europeos recibidos, no lidere con contundencia el ranking de renovables. Alemania ha instalado 14,1 GW en 2023, España apenas 8,2 GW, seguida por Italia, Polonia y Países Bajos. Una segunda posición que, más que orgullo, deja un sabor amargo al ver todo el potencial perdido.

Después  de cuantiosas subvenciones y campañas de impulso a la autonomía energética, acabamos buscando bocatas, linternas, pilas y transistores como si estuviéramos en 1970. Cómo, tras décadas de discursos sobre innovación, seguimos sin tener todos los edificios públicos y colegios tapizados de placas solares y baterías, mientras nos preocupamos por el combustible de emergencia en hospitales y aeropuertos.

Y lo que corona este día, lo que resume en qué manos estamos, es el dato que parece una sátira: el Senado pudo seguir funcionando gracias a su alternativa energética. La prioridad ha quedado clara: mientras el país se apagaba, “la política  útil” seguía enchufada.

El colmo energético. A lo que se suma la alegría de los que lo predijeron  para mi sorpresa Y, quizás todo esto sea el colmo de nuestra resignación.

NI VOZ, NI CARA, NI COMPROMISO

En las últimas campañas electorales pude comprobar cómo algunos políticos les parecía innovador y efectivo que en lugar de hacer ellos su trabajo llamase a los votantes un bot. La tristeza de comprobar que había gente que creía que eran ellos y la emoción que sentían de haber recibido esa llamada me parecía el colmo en alguien debe dedicarse a la política con la transparencia y a la honradez por banderas. 

Les parecía innovador y hasta gracioso decidir que bastaba con prestarle su voz a un bot. Llamadas automáticas que imitan su voz, su entonación su ritmo su estilo. Como si el simple eco de su voz bastara para convencer a alguien de que les importa. Un timo en toda regla.

Mientras tanto en lugares como California ya se había legislado para exigir que se especifique claramente si quien llama es una persona o un robot. Porque incluso en la era de la inteligencia artificial sigue importando saber con quién estás hablando. La transparencia no es un detalle es un principio.

Cuando nosotros fundamos nuestro partido no nos escondíamos detrás de voces enlatadas. Éramos nosotros quienes cogíamos el teléfono y llamábamos, quienes salíamos a la calle y les visitábamos en sus casas, sabiendo que conectar y mirarles a los ojos no tenía simulación posible. No había atajos. Había convicción.

La política se ha vuelto cómoda para muchos. Una política con políticos y sin ciudadanos a los que servir. Pendientes solo del discurso y el meme pretenden subcontratar el contacto y ahora también la presencia. Pero la pereza es un lujo que no se pueden permitir quienes dicen que quieren representar a los demás. Porque la democracia no se automatiza se construye con presencia escucha y compromiso.

Un robot puede simular una voz pero no puede entender la urgencia del paro la soledad de un anciano ni la esperanza de una madre. Para eso hay que estar. Con la voz con el cuerpo y con el alma. Porque si  te puede sustituir en campaña para obtener votos en poco tiempo te sustituirá en todos tus cometidos y entonces el peligro irá más allá. Pregúntate, si ni siquiera te molestas en escuchar ¿cómo vas a atreverte a decidir por otros?

LEER COMO ACTO DE LIBERTAD

Ya sabéis que aprendí a leer con cuatro años gracias a mi abuela maestra que tuvo la paciencia de enseñarme letra a letra como quien siembra sabiendo que daría cosecha. Y además crecí viendo cada noche a mi padre leer en silencio con la misma naturalidad con la que se respira.

No recuerdo un solo día en que no hubiera un libro cerca. En casa ya gracias de nuevo a mi padre, no había contradicción entre alimentarse del cuerpo y de la mente, ambas eran obligatorias. Aquella colección de estanterías llenas de mundos fue un refugio que no solo he cuidado con esmero sino que he ampliado y que hoy me hace profundamente feliz.

Leer me enseñó a pensar a hacer preguntas a dudar a entender que hay muchas formas de mirar el mismo hecho. En un mundo acelerado que nos lanza titulares sin pausa leer es detenerse. Es crear un espacio propio donde la información no nos arrastra con repetidos clics sino que se deja reposar y habitar.

Por eso escribo cada día. Aunque sea en textos breves aunque sean solo reflexiones. Porque creo que escribir y  pensar críticamente son músculos que se entrenan y que necesitan disciplina para estar alerta.

Leer sigue siendo un acto de libertad. Y escribir con honestidad un acto de compromiso. Ojalá cada línea que comparto ayude aunque sea un poco a pensar distinto a mirar más allá o a recordar que en medio del ruido aún quedan voces que invitan al silencio y la reflexión que nutre. Feliz día de leer! 😘

GUERRA O PAZ: LA FALSA ELECCIÓN

Nos siguen forzando a elegir entre guerra o paz, como si fuese una disyuntiva binaria, como si no existiera nada entre el conflicto total y la ingenuidad absoluta. Sabiendo que sigue siendo un corolario que titula Tolstoi, es una falsa dicotomía, una trampa narrativa que polariza un debate mucho más complejo y urgente.

No es lo mismo invertir en armamento para atacar que hacerlo desde la responsabilidad de proteger, que implica garantizar la seguridad, la estabilidad y la calidad de vida de los ciudadanos. No se trata de querer la guerra, sino de entender que la paz necesita ser defendida, no solo deseada. Para muestra, Ucrania.

El problema es que seguimos mirando los conflictos con la lógica del pasado. Como si los tanques, los aviones y los grandes arsenales siguieran siendo los protagonistas. Pero hoy una impresora 3D, en el garaje de cualquier lugar del mundo, puede fabricar un dron con una carga explosiva capaz de destruir un carro de combate que cuesta millones de dólares. Las series como Homeland , no son una distopía.

Estamos en otra pantalla. Una donde la tecnología ha descentralizado el poder, donde las herramientas que nos salvaron del COVID —como esas mismas impresoras 3D— también pueden ser utilizadas para destruir. Como  también sirven para acabar con lo útil o lo vital.

Y en este nuevo escenario, no podemos delegar nuestra seguridad en manos ajenas, ni siquiera en las de Estados Unidos. La confianza estratégica no puede sustituir a la autonomía ni al pensamiento crítico. Lo que ayer era una alianza sólida, hoy puede ser una prioridad secundaria para otros.

Insistir en el corto plazo, en la política del titular, en el gasto sin reflexión o la paz sin previsión, es más dañino para nuestro futuro que cualquier otra inversión. Porque hoy, más que nunca, la clave no es elegir entre guerra o paz, sino entre responsabilidad y negación.

La seguridad ya no es cuestión de ejércitos, sino de visión. Y nos estamos quedando ciegos por miedo a abrir los ojos. Esto no puede recordarnos  a ese adagio churchiliano, “Hemos preferido el deshonor a la guerra. Tendremos el deshonor y también la guerra» .

UN PAPA DE PUENTES EN TIEMPOS DE MUROS

Nació bajo el signo de Sagitario y, como muchos nacidos bajo ese fuego inquieto, nacimos libres. Libre de protocolos innecesarios, libre de miedos cómodos, libre de dogmas disfrazados de verdades absolutas. Llegó al papado como figura de transición y, sin embargo, marcó la diferencia con cada paso que dio.

Desde que tengo ocho años, he formado parte de organizaciones de todo tipo. Sé lo difícil que es cambiar algo, incluso cuando no funciona. El status quo es una trinchera, el miedo al cambio una religión paralela. Imagino el titánico esfuerzo que debe suponer mover una idea, una palabra o una intención dentro de una institución milenaria como la Iglesia. Ahí, cada movimiento es casi una heroicidad.

Francisco no ha callado. Ha arriesgado. Ha hablado cuando lo más fácil era mantenerse neutral. Ha defendido a los migrantes, a los excluidos, a los que algunos prefieren invisibilizar. Ha sido un hombre con los pies en la tierra y el corazón en las heridas del mundo.

Sé que muchos ya le han etiquetado, buscando color político en cada gesto, que intentarán encasillar su pensamiento como si no fuese humano, complejo, lleno de matices. Pero para mí es un referente de valentía y de ternura. Porque no basta con tener ideas claras, hay que dar un paso al frente y sostenerlas en medio de la tormenta.

Ha conciliado religiones sin titulares ruidosos, ha tendido puentes entre generaciones. Una metáfora que para mí simboliza su papado es bajarse del Papa-móvil, desmontado símbolos de distancia y acercándose, literalmente, al pueblo y a sus tribulaciones.

Su papado es una invitación a volver a lo esencial y eso es lo que me guardo, al amor, a la compasión, al encuentro. En un mundo que grita para imponer, él susurra para unir. Y ese susurro, cuando lo pronuncia un hombre libre en el corazón de una institución tan antigua, es más poderoso que cualquier grito.

LA RESISTENCIA HARVARD

Es admirable la posición que ha adoptado Harvard frente a las presiones de Trump. En un tiempo en que tantos medios y empresas ceden con rapidez ante el poder o el dinero, ver que una institución académica decide sostener sus valores por encima de las amenazas externas no solo es valiente y esencial, es ejemplar.

He visto en demasiados espacios cómo el dinero partidiza, justifica y erosiona el pensamiento crítico, cómo instituciones que nacieron para cultivar la libertad de ideas se pliegan por conveniencia, miedo o supuesto pragmatismo económico. Meses han tardado algunos en abandonar principios que defendían a capa y espada, como la diversidad, la sostenibilidad o la inclusión, para rendir pleitesía a quienes prometen beneficios rápidos o menos problemas.

Pero el conocimiento y el aprendizaje no son neutrales, se construyen sobre pilares firmes como la independencia, el rigor y compromiso social. Y cuando esos pilares se tambalean por presiones políticas o intereses económicos, lo que se derrumba no es solo una institución, es la confianza colectiva en que hay espacios donde todavía se piensa con libertad y se actúa con propósito.

Nuestros valores y el avance de la sociedad deberían ser irrenunciables. Porque solo desde ahí podemos construir una prosperidad compartida, basada en la cooperación, la colaboración y el bien común. Es cierto que se siente cierta soledad pero dormir con la conciencia tranquila merece la pena.

Harvard, hoy nos recuerda que todavía hay lugares donde la dignidad pesa más que la cuenta bancaria, y donde no todo se vende ni se negocia. Que sea una Universidad me emociona y esperanza a partes iguales y espero que así sea por mucho tiempo. Porque el día que las universidades empezaron a dejar de ser faros, el mundo empezó a ser más oscuro.

LAS MUJERES QUE ECHO DE MENOS

Echo de menos a Jacinda Ardern, que lideraba desde la empatía y la cercanía, demostrando que la firmeza no está reñida con la humanidad. En un mundo que premia la agresividad y el ruido, ella apostaba por la calma y la coherencia. Durante la pandemia, mientras otros líderes proyectaban fuerza con discursos duros, ella se dirigía a la nación desde el salón de su casa, con un lenguaje claro y humano. Porque la verdadera fortaleza no es imponer, sino convencer y unir.

Echo de menos a Angela Merkel, que durante años fue el centro de gravedad de Europa. Con su carácter pragmático y su capacidad para manejar las crisis sin perder la compostura, Merkel fue el reflejo de un liderazgo basado en la lógica y no en la emoción. No levantaba la voz, pero cuando hablaba, el mercado escuchaba.

Echo de menos a Kamala Harris, que se convirtió en símbolo de un cambio histórico pero que ha quedado atrapada en las sombras de una administración que no sabe cómo aprovecharla. Su voz debería estar liderando el discurso político, pero ha sido relegada a un papel secundario cuando más se necesita un liderazgo femenino visible y activo.

Echo de menos a Sanna Marin, que demostró que la juventud y la modernidad pueden convivir con la responsabilidad y el buen gobierno. Fue criticada por bailar en una fiesta, como si ser líder significara renunciar a ser humana. Pero cuando tuvo que tomar decisiones difíciles, lo hizo con valentía y claridad.

Echo de menos a Ellen Johnson Sirleaf, que con su mandato en Liberia no solo consolidó la paz tras una guerra civil, sino que mostró al mundo que las mujeres pueden gobernar con una mezcla de fuerza y sensibilidad.

Echo de menos a Michelle Bachelet, que supo construir desde el consenso, equilibrando políticas sociales y económicas con una capacidad de negociación que dejó huella en Chile y en la región.

Lo que echo de menos, en realidad, no son solo sus nombres. Es su estilo de liderazgo. Un liderazgo que apuesta por la colaboración en lugar de la imposición, por la calma en lugar del ruido y por la visión de futuro en lugar de la reacción constante. Una política que no nace del ego, sino del propósito.

Porque es una pena que en muchos países las mujeres que llegan al poder sigan empeñadas en emular el liderazgo masculino: agresivo, cortoplacista, de confrontación y fuerza. Como si para ser tomadas en serio necesitaran levantar la voz o marcar territorio. Pero ese no es el camino. 

Las líderes que dejaron huella lo hicieron precisamente porque no intentaron ser una versión femenina de sus colegas masculinos, sino porque aportaron algo nuevo, más estrategia, más empatía, más visión de largo plazo.

Echo de menos ese tipo de política. Y creo que no soy la única.

EL CERCANO Y SALVAJE  OESTE

Cuando el mundo empieza a parecerse al Lejano Oeste, lo primero que desaparece son las reglas. A los aranceles en marcha y pausados, se les suma ahora el ósculo en la retaguardia, una mezcla entre amenaza y servilismo que define este nuevo orden sin orden. Un escenario donde la diplomacia se ha vuelto espectáculo, y las relaciones internacionales, una partida de póker entre forasteros armados.

Basta mirar series como 1923 o  American Primeval para entender lo que ocurre cuando el mundo no avanza, sino que involuciona hacia el aislamiento, no solo de los países, sino de las personas. La crueldad y la ley del más fuerte prima, cada cual negocia en solitario, cada líder se cree más listo que el resto, y el que más grita e insulta es el que impone su voluntad.

Íbamos hacia un mundo que había que equilibrar para sostener la prosperidad, donde cada vez más países podían sumarse a un progreso compartido. Pero ahora caminamos hacia la más burda extorsión, donde el acuerdo se da solo tras la humillación pública y el chantaje se disfraza de liderazgo fuerte.

Ya no se compite por construir, sino por aplastar. El multilateralismo se deshace en nombre de la “soberanía”, y la cooperación se ve como debilidad.

Este futuro no es futurista. Es retroceso maquillado de audacia. Y si seguimos aplaudiendo a los que se presentan como “outsiders” justicieros, acabaremos en una distopía sin leyes, donde la única regla será la ley del más desconfiado.

Y ahí, nadie gana. Ni siquiera los que creen que vinieron a conquistar el nuevo mundo.

VEINTE AÑOS NO ES NADA… ¿O SÍ?

Hace veinte años incluímos por primera vez en un programa político el impulso a las instalaciones solares. Entonces ya era evidente que el futuro, al menos en España, pasaba por ahí. Pero como dice la canción, “veinte años no es nada”, y aquí estamos, con sol de sobra, con tecnología avanzada, y con Elon Musk sugiriendo que España debería construir una gran matriz solar para alimentar a toda Europa .

Antes seremos la Central de Europa que el auxilio de nuestros ciudadanos. Y sí el hazmereír del generador y las linternas en el kit de supervivencia, pudiendo ser todos autónomos energéticamente pero sería que eliminar la barrera económica de entrada era muy gravoso.

Este es el precio de hacer política mirando por el retrovisor. No se proyectan escenarios, se repite el guion de ayer, esperando que funcione en el mundo de mañana. Y el problema no es solo de visión, de no prever escenarios, sino de voluntad.

Durante dos décadas se tuvo la oportunidad de convertir la energía solar en una herramienta de transformación social y económica. Las placas se convirtieron  tristemente en una cuestión de ahorro y de hacer cuentitas y no estratégica, convirtiéndolo absurdamente en un símbolo de opción política , no de justicia y autonomía energética.

Aunque no se trataba claramente solo de ahorro, se trataba de soberanía, de sostenibilidad, de dignidad. Y ahora, lo que pudo ser una oportunidad compartida es una frustración colectiva.

El sol sigue ahí, disponible cada día. Pero el liderazgo que se necesitaba para aprovecharlo, ese sí que ha sido intermitente o mejor dicho inexistente.

Veinte años no es nada… si seguimos sin cambiar la forma de mirar el futuro al menos cambiemos a los que no lo ven. 

CUANDO LAS BARCAS SE ROZAN

Hace poco hemos celebrado el cumpleaños de  quien comparte mi vida y también he reflexionado sobre lo necesario para seguir cumpliendo años juntos,  esa sabiduría que se necesita para convivir con alguien cada día.

Convivir es como la vieja metáfora de tener dos barcas amarradas en el mismo embarcadero. Aunque cada una tenga su forma, su historia y su rumbo, inevitablemente se rozan. A veces con ternura y otras con fuerza. No hay forma de compartir espacio sin que eso ocurra.

Por eso es tan valioso desarrollar habilidades que nos permitan vivir juntos sin dañarnos. La tolerancia para aceptar que el otro no piensa ni siente igual y no tomárselo todo como una afrenta personal. El imprescindible respeto para entender que las diferencias no son amenazas sino oportunidades para entender y el perdón para soltar el rencor antes de que se haga ancla.

La convivencia es un reto diario. No solo entre parejas. También entre hermanos, amigos, compañeros de trabajo o familia. Estar cerca implica fricción pero también oportunidad. Oportunidad de crecer, de escuchar, de mirarse a uno mismo y no solo al otro.

Porque cuando el foco se pone solo en lo que el otro hace mal, olvidamos lo único que realmente podemos cambiar. Nuestra propia forma de estar. Nuestra forma de reaccionar de hablar, de responder o  no hacerlo.

Hoy más que nunca os animo a que agradezcamos la compañía que nos ayuda a mejorar. No desde el juicio sino desde la presencia. Porque al final lo que cuenta no es que las barcas no se toquen sino que el roce no rompa sino una.

EL PESCADOR DE CUATRO REDES

En un pequeño pueblo costero de Japón, vivía Haruki, un pescador conocido por su sonrisa tranquila y su manera serena de vivir. Cada mañana, antes del amanecer, salía en su barca con cuatro redes diferentes.

Un día, un joven ejecutivo que buscaba sentido en su vida llegó al pueblo. Había probado de todo: empresas, viajes, retos… pero seguía sintiéndose vacío. Al ver a Haruki tan en paz, le preguntó:

—¿Cuál es tu secreto? ¿Por qué pareces tan pleno todos los días?

Haruki lo miró con amabilidad y le dijo:

—Yo pesco con cuatro redes. Cada una representa una parte de mi vida que me sostiene y da sentido.

Lo llevó a su barca y comenzó a explicarle:

—La primera red es lo que amo: pescar al amanecer, sentir el mar, escuchar los silencios.

—La segunda red es lo que el mundo necesita: alimento fresco para el pueblo.

—La tercera red es por lo que me pagan: mi pescado es valorado y me permite vivir con dignidad.

—Y la cuarta red es lo que sé hacer bien: conozco las mareas, los vientos y los secretos del océano.

—Cuando lanzo las cuatro redes al mar —continuó— no solo pesco peces… pesco propósito.

El joven se quedó en silencio. Comprendió que el equilibrio no estaba en hacer mucho, sino en alinear sus pasiones, su utilidad, su talento y su sustento.

Desde entonces, empezó a construir su vida con sus propias cuatro redes.

“Tu ikigai es el mar donde se encuentran lo que amas, lo que sabes hacer, lo que el mundo necesita y por lo que te pueden pagar.”

MI HEROÍNA HABLA EN SILENCIO

Ella no sale en las noticias. No la verás dando discursos ni alzando pancartas. Pero cada día escribe una historia de resistencia con las manos vacías y el corazón lleno.

Es una mujer joven que huyó de la guerra en Ucrania con un solo propósito, proteger a su familia. En España, nada fue fácil. El idioma, una muralla. Su título universitario, sin valor. Y como si no bastara, el trastorno del espectro autista les sorprendió nada más llegar aquí con su hijo pequeño  y el mayor llegando a la adolescencia en un país que no entiende del todo.

Ella no se rindió. Movió cielo y tierra para que su hijo tuviera una plaza en un colegio especial que potencia sus capacidades. Se organizó sin red de apoyo, sin certezas, con una fuerza que nace del amor y la urgencia.

Pero hay batallas que no deberían existir. En los parques de bolas, su hijo recibe burlas. Le señalan, le evitan, le empujan. Y lo más doloroso no es solo la crueldad de algunos niños, sino el silencio cómplice de los adultos que miran hacia otro lado o, incluso, lo aprueban.

No podemos seguir educando con indiferencia. Debemos transformar estos espacios, que deberían ser de juego y descanso, en lugares inclusivos, amables y seguros. La diferencia no debería ser un motivo de exclusión, sino una oportunidad para aprender a convivir.

Nuestros hijos aprenden de lo que hacemos, no de lo que decimos. Y si no educamos en la diferencia, valorando la diversidad y enseñamos empatía, seguiremos fabricando un mundo hostil para quienes más apoyo necesitan.

Ella, mi heroína, no pide homenajes. Solo que dejemos de poner piedras en el camino de quienes ya cargan demasiado.

EL FENÓMENO FAN FAKE 

Repítelo las suficientes veces y lo creerán eso que el  político nazi hizo que pasara a la historia es una realidad cotidiana de la que no podemos permanecer al margen ni inadvertidos. Demasiada terrorífica casualidad  oír y ver tanta alusión a ese aberrante periodo de la Historia. 

Repítelo con entusiasmo y se convertirá en verdad. No importa si fue una acción inventada, una historia distorsionada o una imagen manipulada. Si genera emoción, si crea adhesión, si enciende el fenómeno fan, ya está hecho.

 Cialdini lo explicó con claridad, el principio de la prueba social nos lleva a confiar más en una afirmación cuando vemos que otros la aceptan. No investigamos, no cuestionamos; simplemente seguimos la corriente porque el grupo ya decidió por nosotros. Y en la era de las redes, esa corriente se mueve con la velocidad de un clic.

Un ejemplo clásico de manipulación es cuando se exagera el apoyo de un sector a un político  o se utiliza un gesto mínimo para inflar una narrativa regando medios y redes previamente. Basta con que un solo familiar  fan o ellos mismos se envíen una carta o un mensaje de apoyo para que el líder lo publique como si representara la voz de todo un colectivo. 

Se usa un tuit de un trabajador para decir que “todos los empleados están con él”, una foto con un científico para afirmar que “la comunidad científica le apoya” o un mensaje de un empresario para declarar que “el sector está de su lado”. Lo anecdótico se convierte en generalidad, lo particular en una verdad incuestionable.

El fanatismo político, cultural o ideológico funciona igual que el de un concierto, se alimenta de la emoción, de la identificación, de la sensación de pertenecer a algo más grande. Y cuando eso ocurre, los hechos dejan de importar.

El problema no es solo que alguien manipule la verdad. El problema es lo fácil que es manipularnos cuando ya no nos interesa contrastarla. Sobre todo cuando el aislamiento y la desconexión a la que nos someten con el miedo y es más fuerte que nuestro deseo de colaborar y cooperar que siempre han sido las señas de identidad para salir adelante. 

DE VÍCTIMAS A VERDUGOS 

La polarización es el mejor caldo de cultivo para los líderes que quieren eternizarse en el poder. En contextos donde la sociedad se divide en extremos, la emoción suplanta al juicio y el miedo alimenta el poder sin límites.

Muchos de estos líderes empiezan posicionándose como víctimas, del boicot de determinadas facciones, de un sistema corrupto, de una élite que los persigue, de una prensa que los “difama”, o de una justicia que, curiosamente, solo les incomoda cuando les toca. La manida mano negra que solo ellos ven. Cualquier acusación, error o delito se convierte en prueba irrefutable de la conspiración en su contra. Y así se fortalece su relato, cuanto más los cuestionan, más se autolegitiman.

El problema es que cuando acceden al poder, la máscara de víctima cae y emerge el verdadero rostro del poder sin frenos. Comienzan a modificar leyes a su antojo para perpetuarse, debilitan las instituciones, silencian a la prensa libre y convierten la democracia en un decorado vacío. Imitan a los mismos autoritarismos que antes prometían combatir, pero ahora con el control absoluto como objetivo.

La polarización no solo fragmenta a la sociedad, justifica el abuso, normaliza el desvío de poder y silencia la crítica. En lugar de alternancia, hay revancha. En lugar de justicia, ajuste de cuentas.

El verdadero liderazgo no necesita victimismo ni culto a la personalidad. Y una democracia sólida no se construye desde el resentimiento, sino desde la ley, el diálogo y los límites al poder. Porque si no se detiene a tiempo, el líder que ayer pedía justicia, mañana será el que la impida. A qué esperamos. 

¿QUÉ RUMIA TU VACA?

En un tranquilo valle, vivía una vaca llamada Mina. A simple vista, parecía como todas las demás: pastaba, rumiaba y descansaba bajo la sombra de los árboles. Pero había algo distinto en ella. Mientras las otras vacas masticaban hierba, Mina rumiaba pensamientos.

—¿Y si no soy lo suficientemente buena? —se decía mientras masticaba—. ¿Y si el granjero me reemplaza? ¿Y si mañana no hay pasto?

Día tras día, su cuerpo estaba quieto, pero su mente no paraba. Cada pensamiento negativo volvía una y otra vez, como el mismo bocado que nunca se traga del todo. Empezó a aislarse, a caminar menos, a comer sin hambre. Aunque todo a su alrededor estaba en calma, dentro de ella había una tormenta.

Una tarde, una vieja vaca se le acercó. Había visto muchas estaciones pasar, y su mirada era serena.

—¿Por qué no te unes al rebaño en la colina? El sol está tibio y el pasto fresco —dijo con dulzura.

—No puedo —respondió Mina—. Estoy ocupada… pensando.

La anciana sonrió.

—No todo lo que rumiamos alimenta. Algunas ideas, como la hierba seca, solo llenan sin nutrir. Si masticas lo mismo todo el tiempo, se pudre en tu boca y en tu mente.

Mina la miró, sorprendida. Por primera vez, dejó que el pensamiento se detuviera. Respiró hondo. Y al hacerlo, sintió que el pecho se le abría como un campo al amanecer.

Desde ese día, Mina aprendió a elegir sus pensamientos como elegía la hierba: con cuidado, buscando los que la hacían crecer.

CONDENA AL OSTRACISMO

Demasiado me recuerda todo a la antigua Grecia pero es que hay que volver a las raíces para no perder la perspectiva. En ella, el ostracismo era una condena sin barrotes, el destierro del nombre, la exclusión del relato, el olvido como forma de justicia. A quien se consideraba una amenaza para la polis se le negaba el lugar en la historia.

Hoy, hacemos justo lo contrario. A los asesinos más atroces les regalamos lo que más anhelaban, protagonismo. Les dedicamos series, documentales, biopics, entrevistas. Analizamos sus traumas, sus motivaciones, sus métodos. Les damos voz, rostro, narrativa. Les convertimos en personajes.

Entendiendo la necesidad de buscar los porqués de tales brutalidades, cualquier razón nunca va a ser suficiente. Y mientras tanto, las víctimas quedan desdibujadas sin derecho a protegerse de un vendaval mediático que, de nuevo, arrase su vida. Quedamos en un número, una foto en blanco y negro, una mención breve. Se habla más del asesino que del daño que causó. Se convierte en leyenda, ellas, en nota al pie.

Carnegie decía que una de las motivaciones humanas más profundas es sentirse importante. Muchos de estos criminales lo sabían. Mataron para existir, para dejar dolor y huella. De otra manera nunca hubiesen hecho nada que les sacase de la zona baja del montón. Y lo lograron. No por su crimen, sino porque nosotros les dimos escenario.

Es la neurociencia la que nos ayuda entender el efecto devastador  que se produce cuanto más exposición damos a un rostro, más familiar se vuelve. Y con la familiaridad, viene la empatía distorsionada, el morbo, la deshumanización de las víctimas.

Es hora de aplicar el ostracismo moderno, convenir como sociedad negarles la posteridad. Dejar de contar su historia como si fuera ficción y porque vende y empezar a dar espacio a quienes ya no pueden hablar.

El olvido no es siempre una injusticia. A veces, es la única condena que protege a los que aún estamos aquí. Solo basta ponerse en la situación de esa madre. 

TECNOLOGÍA EN LAS AULAS QUE AYUDE EN CASA

Si algo planteó claramente la aclamada serie sobre la adolescencia actual es el impacto de la tecnología en sus vidas y qué ocurre de puertas para adentro en sus habitaciones y en sus dispositivos en los que incluso los emoticonos pueden herir de muerte.

Tengo claro que la tecnología no es el problema. El problema es dónde, cómo y con quién la aprendemos a usar. En un mundo digitalizado, introducir la tecnología en las aulas no es una opción, es una necesidad. Pero no basta con enseñar a usar herramientas, hay que enseñar a no abusar de ellas, a usarlas con criterio, con conciencia y, sobre todo, con humanidad.

La escuela debe ser ese espacio donde la tecnología se convierte en aliada para crear, pensar y colaborar. Sabiendo que no hacerlo puede suponer ensanchar aún más una brecha digital laboral que marcha espídica.

Pero ese aprendizaje choca, a menudo, con lo que ocurre fuera del aula. En muchas casas, el móvil ya no es una herramienta, es una vía de escape. Hay muchos que pasan horas solos en sus habitaciones, que solo salen para discutir sobre hacer algo común o para pedir algo.

Familias donde cada uno vive en su burbuja de contenidos, sin conversaciones, sin referencias compartidas, sin tiempo real compartido.Algo que queda patente en los múltiples concursos de la televisión en los que hoy nadie sabe lo que ven o escuchan sus hermanos mayores o padres.

Nos preocupa el uso de pantallas en el colegio, pero ¿qué pasa con las horas que pasan en casa con un dispositivo como única compañía? No hablamos solo de adicción, sino de soledad disfrazada de conexión.

Educar en tecnología es también enseñar a parar, a mirar al otro, a conversar, a aburrirse sin pantallas. La tecnología debe formar parte del aprendizaje, sí, pero la convivencia no puede quedarse fuera de cobertura. Porque si no, el aula enseña y la casa deshace. Si no ayudamos a las familias a conectar en el colegio, haciendo comunidad, la brecha, esta vez, no será digital, será emocional.

PAY PER PERSON: METECOS MILLONARIOS

La nacionalidad, que alguna vez fue un derecho ligado a la identidad y la pertenencia, se ha convertido en otro producto de lujo cuando Trump lo ha llevado al siguiente nivel, proponiendo un modelo de ciudadanía por pasta, vendiendo tarjetas de residencia a cambio de una inversión económica considerable. Ya dice ha vendido más de 1000, solo accesible para quienes tienen suficiente capital.

Esos que no tienen fronteras y sí jurisdicciones favorables. Los que pueden nacionalizarse donde haya menos impuestos, donde la regulación los proteja o donde comprar un pasaporte les abra puertas.

Es, en esencia, la versión moderna de los metecos de la antigua Grecia. En Atenas, los metecos eran extranjeros que podían vivir, trabajar y contribuir económicamente a la ciudad, pero sin ser ciudadanos. No podían votar ni ocupar cargos públicos. La residencia era un privilegio económico, no un derecho político.

La diferencia es que, en la Atenas clásica, cualquier extranjero podía convertirse en meteco. En la versión moderna de Trump, solo los millonarios podrán serlo.

La ironía es que nos venden la idea de patriotismo mientras los que realmente mandan no son de ninguna nación, solo de su propio interés.El acceso a los derechos civiles y sociales, que alguna vez fueron el núcleo del contrato social, ahora es un lujo sujeto a una transferencia bancaria.

Si en la antigua Grecia los metecos sostenían la economía sin ser parte del cuerpo político, en la actualidad los nuevos metecos millonarios harán lo mismo, pero con una diferencia clave, no habrá ningún prostatés que los regule, porque los gobiernos ya están diseñando las leyes proteccionistas a medida. Si la lealtad se mide en capital, ¿qué queda del acuerdo social que construyó nuestras democracias?

Tal vez la verdadera pregunta no es qué país nos pertenece, sino a quién pertenece el país en el que vivimos. Y la respuesta parece clara “Make the rich even richer again.”