Adrián dirigía una de las empresas más innovadoras del sector financiero. O al menos, así lo creía. Se enorgullecía de su capacidad de planificación y control, pero últimamente sentía que el mundo avanzaba más rápido que sus estrategias.
Un día, un socio le habló de un anciano en un pequeño pueblo, famoso por su sabiduría en los negocios. Movido por la curiosidad, Adrián decidió visitarlo.
El anciano lo llevó hasta un lago cristalino y le dijo:
—Lanza una piedra al agua.
Adrián lo hizo, y las ondas se expandieron en círculos perfectos.
—Ahora, trata de detenerlas —dijo el anciano.
Confundido, Adrián metió las manos en el agua, intentando frenar el movimiento. Pero cuanto más se esforzaba, más turbulento se volvía el lago.
El anciano sonrió.
—Así es la vida y los negocios. Algunos creen que la clave del éxito está en controlar cada onda, en resistir cada cambio. Pero la verdadera maestría está en fluir con ellos, en saber cuándo dejar que el agua se mueva y adaptarse a su ritmo.
Adrián guardó silencio. Había pasado años tratando de controlar lo incontrolable, cuando quizás la clave estaba en ajustarse al cambio en lugar de pelear contra él.
Desde ese día, transformó su liderazgo. Aprendió a observar, a escuchar, a cambiar de rumbo cuando era necesario. Y con ello, su empresa no solo creció, sino que se convirtió en un referente de innovación.
Porque en el mundo de los negocios, como en el agua, el que se adapta, fluye. Y el que fluye, siempre avanza.





















