LA LLUVIA QUE NO SE DETENÍA

En una ciudad moderna, en medio de un distrito financiero, vivía Martinho, un ejecutivo brillante pero siempre insatisfecho. A pesar de su éxito, nada parecía ser suficiente: las metas eran demasiado exigentes, los clientes demasiado difíciles, el mercado demasiado inestable. Y cada vez que algo no salía como esperaba, Martinho se quejaba.

—Si las cosas fueran más fáciles… —decía—. Si el mercado fuera más estable… Si mi equipo trabajara mejor…

Un día, comenzó a llover. Primero una llovizna fina, luego un aguacero implacable. Los informes financieros se empapaban, las reuniones se cancelaban, los clientes se quejaban. Martinho, frustrado, miraba por la ventana con el ceño fruncido.

—¡Siempre llueve cuando menos lo necesito! —gritó.

Pero la lluvia no se detuvo. Al día siguiente, siguió lloviendo. Y el siguiente también. Martinho dejó de quejarse y comenzó a observar. Vio a algunos colegas esconderse bajo paraguas, otros apresurarse para no mojarse, pero también vio algo curioso: algunos salían a la lluvia sin quejarse. Se ponían un impermeable, seguían caminando, seguían trabajando.

Intrigado, Martinho salió a la calle sin paraguas. Sintió el agua fría en el rostro, pero siguió avanzando. Y se dio cuenta de algo: la lluvia no podía detenerlo a menos que él se lo permitiera.

Desde ese día, cada vez que algo salía mal en el trabajo, cada vez que las circunstancias eran adversas, Martinho recordaba la lluvia. Dejó de quejarse y comenzó a buscar soluciones. Comprendió que el problema no es la lluvia, sino la actitud con la que la enfrentas.

¿SUSPIRÁIS?

Perdonadme la broma y la referencia del título pero no he podido reprimir recordar lo que de pequeña contestábamos a esto a modo de chiste diciendo “ no todavía me quedo un ratito más”. Algo con lo que también quiero hacerle un mímito a mi papi al que se lo debí contar mil veces entonces.  

No sé si habrás reparado en que respiramos unas 20.000 veces al día, pero pocas de manera consciente. La mayor parte de nuestra respiración es automática y no recordamos que es una herramienta poderosa para regular el estado emocional y el rendimiento mental… si sabemos cómo usarla.

Siempre pienso que de pequeños si nos enseñaran a respirar avanzaríamos mucho en la gestión del estrés, de las emociones y en vivir el presente. Una respiración profunda y fuerte activa el sistema encargado de la relajación y la recuperación. Y ahora voy a lo que a mí me ayuda tanto en mi trabajo en el gimnasio que  indagué sobre ello, suspirar. Un suspiro largo y consciente no solo oxigena el cerebro, también baja el ritmo cardíaco y reduce la producción de cortisol, la hormona del estrés. Es como pulsar un botón interno de reset.

Un estudio de Stanford demostró que los suspiros tienen una función clave para el equilibrio emocional. Cuando suspiramos se produce  un intercambio de oxígeno más eficiente, mejorando la claridad mental y la sensación de calma. Es por eso que, cuando estás nervioso o ansioso, tu cuerpo suspira de manera involuntaria para intentar estabilizarse.

Un ejercicio práctico que te puede ayudar mucho es el siguiente: hacer una respiración doble (inhalación profunda, seguida de una inhalación corta) y luego exhala lentamente por la boca. Esto activa el nervio vago, facilitando una respuesta de relajación inmediata. Hazlo tres veces seguidas y notarás cómo la tensión baja casi al instante.

No subestimes el poder de un suspiro consciente. Es tu sistema nervioso intentando ayudarte. La próxima vez que sientas que el mundo va demasiado rápido, detente. Suspira fuerte. Tu cuerpo ya sabe cómo encontrar el equilibrio —solo tienes que recordárselo.

¿CUÁNTO VALE TU FELICIDAD?

Hoy he pasado unas horas comiendo con un amigo, uno de los que la política me regaló hace años, nuestra conversación me ha hecho reflexionar sobre todos los años que hemos dedicado apasionadamente a la política, lo que nos ha dado y lo que nos ha quitado y quiero compartir algo con vosotros.

He tenido la suerte de no tener que renunciar nunca a mi familia, ellos que son las rocas de mi vida y tengo tan claro que pocas cosas pueden aportarme más que compartir tiempo con ellos. Para mí nunca ha sido una elección difícil, o era compatible, o no era. Y ellos me lo pusieron muy fácil, siempre se sumaron a mi compromiso, a mi entusiasmo, a mis locuras, a mis ilusas ilusiones.

Son ellos los que, a veces hoy, me recuerdan el coste de no haber usado en otro lugar mis capacidades y habilidades, y cómo parezco desaprovecharlas. Sí, realmente a veces han creído que estar ocupada en infinitas reuniones, atada por infinitos ceros, dando charlas y viajando sin parar —es decir, siendo “importante” para otros— me proporcionaría felicidad y bienestar. Pero yo sé que no.

Hace años, estudiando la pirámide de Maslow, entendí que las necesidades sociales son tan importantes, o más, que las físicas. Basta con mirar a otros lugares del mundo donde las privaciones materiales son enormes, pero la felicidad no es directamente proporcional a la riqueza.

Pienso en todas esas personas que, por la presión personal o social, sacrifican tiempo con quienes más quieren para conseguir más cosas que ofrecerles. ¿Más estabilidad, más seguridad, más reconocimiento? Pero me pregunto, si esas personas, sus rocas, desaparecieran de la faz de la Tierra, ¿cuánto dinero serían capaz de pagar para que volvieran?

Esa es la verdadera medida de la felicidad. No está en el éxito, ni en los logros profesionales, ni en la admiración externa. Está en la gente que te espera en casa, en las conversaciones compartidas, en las risas y los silencios cómodos. La felicidad no es tenerlo todo, es saber que, aunque lo perdieras todo, habría alguien dispuesto a sentarse contigo para empezar de nuevo. Gracias amigo.

ADOLESCENCIA

La serie Adolescencia  es una interesante  rareza en estos tiempos, son solo cuatro capítulos y no es una historia de acción, sino de diálogos. En lugar de explosiones o giros dramáticos, lo que atrapa es la tensión que se genera en las conversaciones, esas que tanto echamos de menos ahora.

Atrapa en los silencios y en lo que no se dice. Invita a la reflexión porque muestra una verdad incómoda, la situación actual de ser padres, una tarea imposible para los que intentan controlar todo lo que hacen sus hijos, pero nunca saben realmente qué ocurre detrás de una puerta cerrada.

El asesinato reciente de la educadora social a manos de unos adolescentes  nos ha recordado brutalmente la  realidad de las familias que nos saben qué hacer con sus hijos. Nos aferramos a la idea de que podemos proteger a nuestros hijos controlando su entorno, supervisando sus amistades y limitando el acceso a ciertas plataformas. 

Pero la verdad es que tienen en sus manos, una ventana infinita abierta al mundo, y lo que ocurre al otro lado es casi incontrolable. Internet no solo expone a los jóvenes a influencias externas, sino que también normaliza muchas dinámicas de violencia y desconexión emocional.

Vivimos en una sociedad que busca culpables. Si un adolescente comete un acto violento, la culpa recae en los padres, en los educadores, en el sistema. Pero nadie habla de cuáles son las habilidades que tienen para vivir en un mundo tan diferente al nuestro, su soledad emocional, la desconexión que sienten muchos jóvenes, atrapados en una red de estímulos que les desborda y les aísla al mismo tiempo.

La serie refleja con precisión esa angustia parental. Padres que intentan anticiparse, proteger y prevenir, pero que chocan con la realidad de que los hijos, como todos, también tienen derecho a sus propios errores y secretos. La sobreprotección genera distancia y, en muchos casos, empuja a los adolescentes a buscar respuestas fuera del entorno familiar.

El verdadero reto no está en controlar cada paso que dan, sino en que entre todos creemos  un espacio de confianza donde puedan hablar cuando algo no funciona. Porque, al final, no se trata de cerrar la ventana, ni de buscar culpables sino de que sepan que pueden volver a casa cuando sientan que el mundo se vuelve demasiado oscuro

LA SERPIENTE Y EL LIDERAZGO SILENCIOSO

Hace muchos siglos, en Irlanda, vivía San Patricio, un hombre que no buscaba el poder, pero que tenía la capacidad de ver más allá de las apariencias. La isla estaba infestada de serpientes que no solo traían veneno y miedo, sino que simbolizaban los conflictos internos y la desunión entre los pueblos.

Los líderes de las tribus intentaron acabar con las serpientes por la fuerza: algunos ordenaron incendiar los campos, otros organizaron cacerías, pero las serpientes siempre volvían, más numerosas y más agresivas. La tensión entre los líderes aumentaba, y la población, agotada y sin esperanza, empezaba a creer que nunca encontrarían una solución.

Entonces, San Patricio hizo algo inesperado. En lugar de enfrentarse directamente a las serpientes, se acercó a ellas en silencio. No las atacó ni las desafió; simplemente tocó una campana y caminó hacia el mar. Las serpientes, atraídas por el sonido, lo siguieron en una larga y ordenada procesión. Cuando llegaron al borde del acantilado, San Patricio caminó hacia el agua, y las serpientes lo siguieron, desapareciendo para siempre en las profundidades.

Los líderes quedaron atónitos.

—¿Cómo lo hiciste? —preguntaron.

—En lugar de luchar contra el caos, hice que el caos se dirigiera hacia un propósito —respondió San Patricio.

Desde ese día, los líderes entendieron que el verdadero liderazgo no siempre está en la fuerza, sino en la capacidad de guiar con calma, de escuchar el ruido y convertirlo en orden. No se trata de destruir los problemas, sino de darles una dirección.

¿El verdadero líder impone el orden o guía el caos hacia una solución?

ESFUÉRZATE EN EL ELOGIO

En la actualidad es dificil salir del lugar común de “ya no se puede hablar de nada, ni decir nada” en cuanto a elogios se refiere. Aunque la cuestión física sea la más recurrente es la menos efectiva y la más molesta de todas a las que podemos recurrir para captar la atención o valorar a alguien o su conducta.

El elogio tiene el mágico poder de transformar. Pero no cualquier elogio y menos alguno básico y tópico sino el que reconoce el esfuerzo y la actitud que es el que realmente impulsa el crecimiento. Un estudio de la Universidad de Stanford demostró que los niños elogiados por su esfuerzo con expresiones como ¡Qué bien que insististe hasta lograrlo!”desarrollan una mentalidad de crecimiento y son más propensos a afrontar desafíos. En cambio, si solo elogiamos el talento o el resultado ¡Qué inteligente eres!”,reforzamos una mentalidad fija que puede limitar la capacidad de asumir riesgos y mejorar.

Esta misma dinámica ocurre en el trabajo y en las relaciones personales. Cuando alguien resuelve un problema bajo presión, no basta con lo recurrente, decir “¡Buen trabajo!”. Es mucho más poderoso reconocer el proceso “Me impresionó cómo analizaste la situación y mantuviste la calma para encontrar una solución.” Ese tipo de elogio refuerza la conducta efectiva, no solo el resultado, y genera confianza y motivación para seguir intentándolo.

Ya sabes que todo lo que te traslado para tu utilidad tiene base científica en el siglo de los descubrimientos de la mente y sabemos que el elogio activa la liberación de dopamina y fortalece las conexiones neuronales asociadas a la motivación y la recompensa. Al elogiar el proceso en lugar del talento, estás entrenando al cerebro para buscar el aprendizaje continuo y la superación.

A partir de ahora, haz el esfuerzo, en lugar de elogiar solo el éxito, reconoce el camino que llevó a él. Elogiar el esfuerzo no solo refuerza el comportamiento positivo, sino que enseña que lo que realmente importa no es el resultado, sino la valentía de intentarlo. Y hace que consigamos ser una sociedad en la que crecer sea el propósito de muchos.

TU TRÍO GANADOR

Tener una alerta entrenada para estos casos no hace que deje de sorprenderme que, después de pasar un maravilloso día haciendo cosas interesantes y divertidas, pongamos nuestro foco sobre la única mínima cuestión negativa de nuestro día, la que hemos guardado o buscado con cautela e intención.

Al final del día, nuestro cerebro tiende a centrarse en lo negativo. Es lo que se llama sesgo de negatividad, una respuesta evolutiva que nos ayudaba a sobrevivir al estar más alerta ante las amenazas. El problema es que, hoy en día, este mecanismo nos deja atrapados en una espiral de preocupación y estrés, incluso cuando no hay un peligro real.

Solo si queréis contrarrestarlo os propongo entrenar una solución simple y efectiva, tres agradecimientos específicos cada noche. Estudios de la Universidad de California han demostrado que practicar la gratitud de manera regular aumenta la liberación de dopamina y serotonina, neurotransmisores relacionados con el bienestar y la felicidad. Además, refuerza las conexiones neuronales en el córtex prefrontal, mejorando nuestra capacidad para interpretar las experiencias desde una perspectiva más positiva.

El ejercicio es sencillo, antes de dormir, abre la aplicación de notas de tu móvil y escribe tres cosas concretas por las que estés agradecido ese día. No basta lo típico “ por respirar”, “por mi familia” hay que ser específico con lo ocurrido ese día: “Estoy agradecido por la conversación con mi hermano esta tarde. Agradezco que hoy hizo sol y pude caminar un rato.Estoy agradecido porque terminé ese informe que me costaba tanto.”

Este ejercicio no solo te ayuda a cerrar el día con una sensación positiva, sino que, con el tiempo, entrena al cerebro para buscar y reconocer lo bueno en tu entorno. Es como ajustar el enfoque de una cámara cuanto más practiques, más detalles positivos captará tu mente de manera automática.

Tres agradecimientos, tres minutos. Así de fácil es reescribir tu diálogo interno y dónde ponemos el foco. ¿Empezamos esta noche?

SER O NO SER… MUJER 

Este 8 de marzo ha sido ver  “La sustancia” lo que me ha hecho reflexionar sobre esto. No solo por la metafórica película sino por todo lo que he leído sobre ella, sobre Moore y sobre su no Óscar. Además no me digáis que no no es irónico que su criticado rol de stripper en los 90 haya sido aclamado en el del siglo XXI  en “Anora”. 

Tengo claro que todas las mujeres nos enfrentamos, en algún momento de la vida, a una elección silenciosa pero poderosa, ser  tú misma o adaptarte al medio. Puede que sea con tu carácter, tu físico, tu edad,tu situación, tus sueños, tu proyectos, tus actitudes o tus decisiones. La presión de encajar en lo que “se espera” de nosotras es real y constante, y no siempre es fácil resistirla.

Si eres demasiado directa, eres agresiva. Si eres demasiado amable, eres débil. Si te arreglas mucho, eres un frívola y es para llamar la atención. Si no lo haces, es que te has descuidado. El entorno define las reglas y parece que, hagamos lo que hagamos, nunca está bien  ni es suficiente. Y ahí es donde aparece la encrucijada, seguir el guion o escribir el propio o seguir en esa zona de indecisión en la que drenas tu energía y acabas por no saber quién eres si no es en función de alguien o algo.

Pero ser auténticamente tú no es solo una decisión personal, tengo claro que es también un acto colectivo. Entre nosotras tenemos el poder de reforzar o debilitar esa autenticidad, de acabar con el miedo a ser, hacer y parecer  lo que a cada una nos dé la gana en cada momento de nuestra vida.

Podemos hacer algo simple pero eficaz, apoyar a quien se atreve a ser distinta  en lugar de criticarla para seguir perteneciendo a un grupo en el que quizá ni siquiera estemos representadas y a veces ni respetadas, ni el trato ni en las decisiones.

Pertenecer es una necesidad básica. El cerebro interpreta la exclusión social como una amenaza real, activando las mismas áreas que el dolor físico. Sé que es más fácil adaptarse que arriesgarse a quedarse fuera pero a qué precio. La verdadera fortaleza está en que construyamos entornos donde la autenticidad sea valorada, no castigada. 

Ser tú misma es un acto de valentía, pero también de liderazgo. Y apoyar a otra mujer en ese camino es una forma de reforzar el tejido social que realmente nos sostiene aunque tú misma todavía no te hayas atrevido a dar ese paso. Apoya a las demás mientras tú te atreves a dejar de adaptarte. 

EL TEJEDOR DE ELEFANTES

En las selvas de la India, donde los árboles tocan el cielo y los ríos cuentan historias antiguas, vivía Bhavish, un anciano tejedor de cestas. No era el más fuerte de la aldea, ni el más rápido, pero tenía un don: sabía leer los patrones invisibles de la naturaleza y de los hombres.

Un día, la aldea enfrentó una gran amenaza. Las lluvias del monzón habían desbordado el río y un viejo puente de madera, el único acceso al pueblo, estaba a punto de colapsar. Sin él, quedarían aislados y sin provisiones.

La solución parecía simple: había que mover un enorme tronco caído para construir un nuevo puente. Pero el tronco era demasiado pesado para un solo elefante, y los más jóvenes competían entre sí en lugar de colaborar.

Bhavish los observó en silencio y recogió unas finas hebras de palma seca. Frente a todos, tomó una hebra y la rompió con facilidad. Luego tomó tres, las entrelazó y las rompió con algo más de esfuerzo. Finalmente, tejió una cuerda gruesa con muchas fibras y desafió a los más fuertes a romperla. Nadie pudo.

—Así como esta cuerda se vuelve irrompible cuando las fibras se unen, ustedes son más fuertes juntos que separados —dijo Bhavish.

Los elefantes, avergonzados pero inspirados, se alinearon, entrelazaron sus trompas y, al ritmo de una misma respiración, lograron mover el tronco. La aldea no solo salvó su puente, sino que aprendió que el verdadero poder no está en la fuerza bruta, sino en la armonía de los esfuerzos compartidos.

Desde aquel día, cuando alguien en la aldea dudaba del trabajo en equipo, solo hacía falta recordar la cuerda del tejedor y la lección de los elefantes.

IR CON TODO: EL CEREBRO EN EL CASINO

Aún recuerdo mis primeros años en política, cuando cierto magnate quiso traer Las Vegas a Madrid y no tuvimos problema en modificar leyes para que hiciese de su capa un resort de juego y derivados. Porque cuando el dinero habla, la política escucha.

Lo que entonces parecía una excepción hoy es norma. Los muchimillonarios, hechos a sí mismos algunos  con los datos que gracias a nuestros gobiernos, hemos dado gratis,  no necesitan prometer, solo ejecutar. No piden permiso, solo avanzan. Y lo más inquietante no es que lo hagan, sino cómo nuestros cerebros están diseñados para seguirles sin cuestionar nada.

Desde la neurociencia se entiende bien. El sesgo de autoridad nos hace aceptar sin resistencia lo que dice alguien con poder. Si es un político, dudamos. Si es un magnate, con la pasta que anhelamos, lo asumimos como visión de futuro. No importa si lo que proponen es realista, solo si lo presentan con la seguridad suficiente que a nosotros nos falta.

Nos han condicionado a quererlo todo, rápido y sin complicaciones. La burocracia nos desespera, pero cuando alguien viene y dice “se hace y punto”, nuestra dopamina responde con entusiasmo. Preferimos creer en soluciones simples, aunque sean falsas, porque la incertidumbre nos aterra.

Los que ven un resort en cada esquina del mundo no alcanzan a ver lo que hay más allá de sus muros, desigualdad, explotación y una estructura diseñada para exprimir hasta el último recurso antes de pasar al siguiente negocio. Y el mundo entero parece estar cayendo en esa trampa.

La plutocracia nos ha acostumbrado a seguir hipnóticamente las órdenes de un magnate. No vaya a ser que nos ponga aranceles que más tarde pagarán los ciudadanos, nos quite el tic azul o nos cierre el grifo de modernos coches eléctricos. El poder ya no necesita urnas, solo capacidad de extorsión, sino miren  los jugadores principales: EEUU, Rusia y China. 

Lo peor es que no solo actúan, sino que reescriben la realidad. Cambian el marco, reescriben la realidad, cambian las denominaciones a infraestructuras estratégicas como el Canal de Panamá o el Golfo de México, que según dónde lo busques, ya se llaman de una manera o de otra. Porque primero se cambia la percepción, después la historia y finalmente los hechos.

Nos habíamos acostumbrado a que la política era un juego lento, de poco profesionales y poco útil. Pero ahora lo único que se entiende es el “All in”. La neurociencia del juego lo demuestra, una vez que apuestas todo, no puedes retroceder. Los políticos siguen jugando mal al ajedrez, pero ellos juegan fantásticamente al póker, y nosotros somos las nuevas fichas.

Seguir cediendo nos hará acabar a todos a lo “Ratas a la carrera” en el casino de su resort. Y allí, la banca siempre gana.

VOLVEMOS A CAER EN LA “ TRUMP-A”

O es Trump quien nos ha puesto de repente las pilas. Europa vuelve a bailar sin criterio al son de Trump. Siempre con el riesgo de que los populismos y dictaduras se legitimen porque sean de algún modo útiles.

Hasta hace poco, el gasto en defensa no era una prioridad para la UE. No porque no sea necesario fortalecer nuestras capacidades, sino porque la apuesta debía ser otra, innovación, tecnología, transición energética… sectores con potencial real para el despegue económico europeo.

Pero llega Trump, y de repente, Bruselas encuentra en la deuda, euros para rearme. Igual que tras la llegada de la Inteligencia Artificial china encontramos inversión para eso. Porque EE.UU. es el mayor proveedor de armas a Europa (más del 55% de nuestras importaciones) y su interés es claro que gastemos más en un sector donde ellos dominan el mercado y así aplacamos la percepción de inseguridad que pueden plantear sus amenazas constantes y mientras, servimos nuestras empresas a precio de saldo a fondos extranjeros. Todo muy estratégico.

Francia, presta a negociar, siendo el segundo mayor exportador de armas del mundo, también se beneficia. Y mientras tanto, la UE sigue en su eterna contradicción, no tener una estrategia clara, invertimos a corto plazo sin visión común, sin integrar intereses, simplemente reaccionando a presiones externas que puedan pasar factura electoral y con cada partido en cada país con un discurso diferente como si pudiésemos permitirnos parecer el ejército de Pancho Villa en pleno siglo XXI. ¿Dónde queda nuestra autonomía estratégica?

Realmente este es el camino que queremos, ir a bandazos echando dinero a todo lo que dicen los demás y sacrificando personas o nos podemos poner de acuerdo en ser una potencia en algo más que en tener una dilatada historia. Todo para que luego nos destruyan con drones hechos en impresoras 3D… habrá que disimular y defender que Zelenski no ha sido sumisión, ni daño colateral sino un harakiri resignándose al único liderazgo posible.

UN DÍA GRIS PUEDE RECUPERAR TU ATENCIÓN

Puede que haya sido el color del cielo la inspiración, recordándome la suerte que tenemos de los días de sol que disfrutamos pero ha sido esa reflexión la que me ha animado a hacer algo que leí hace poco, poner el móvil en gris.

A veces siento que paso demasiado tiempo en el móvil sin darme apenas cuenta y quiero compartir con vosotros un truco simple pero poderoso, cambiar el color del móvil. Puede parecer un cambio menor, pero su impacto en la atención y la gestión del tiempo está científicamente respaldado.

Las aplicaciones están diseñadas para captar nuestra atención con colores brillantes y notificaciones llamativas. Cada vez que desbloqueamos el teléfono, nuestro cerebro recibe una dosis de dopamina que refuerza el hábito de revisar una y otra vez. Según estudios sobre adicción digital, el color es un estímulo clave que nos mantiene enganchados.

Tristan Harris, exdiseñador de Google, sugiere que cambiar a blanco y negro reduce el atractivo visual del móvil, haciendo que su uso sea menos compulsivo. Al eliminar el refuerzo de colores llamativos, disminuye la activación del sistema de recompensa del cerebro y, con ello, la necesidad de seguir deslizando la pantalla sin propósito.

Quienes han probado esta técnica notan una reducción significativa en el tiempo de pantalla. De hecho, un estudio de la Universidad de Harvard explica que las personas que limitaban los estímulos visuales en sus dispositivos mejoraban su capacidad de concentración y eran más conscientes del tiempo que dedicaban a cada actividad.

Si quieres hacer como yo y recuperar el control sobre tu atención y gestionar mejor tu tiempo, pruébalo al menos  durante unos días. Puede ser incómodo al principio, pero es una forma efectiva de entrenar tu cerebro para que el móvil sea una herramienta y no una distracción constante.

¿Te atreves a probarlo? Seguro que el mundo físico acaba volviéndose mucho más atractivo aunque sea un día de lluvia. 

LA FÁBRICA DE VIENTO

En un pequeño pueblo, vivía un hombre llamado Darío, famoso por su habilidad para detectar errores ajenos. Señalaba con precisión los defectos de sus vecinos, criticaba las decisiones del alcalde y siempre tenía una opinión sobre cómo los demás deberían vivir sus vidas.

Un día, un anciano sabio le entregó un extraño regalo: una fábrica de viento.

—Cada vez que critiques a alguien —le explicó— esta máquina convertirá tus palabras en viento. Cuanto más hables de los errores ajenos, más fuerte soplará.

Intrigado, Darío comenzó a observar su nuevo tesoro. Pronto, descubrió que con cada comentario mordaz, la fábrica emitía una brisa. Al aumentar sus críticas, los vientos se volvían ráfagas, luego tormentas.

Un día, mientras señalaba los fallos de su vecino, el viento se volvió tan feroz que arrancó las tejas de su propia casa. Sus quejas sobre el gobierno levantaron una tormenta que derribó su propio jardín. Y mientras continuaba criticando a todos, sin darse cuenta, su mundo se desmoronaba a su alrededor.

Desesperado, corrió al anciano.

—¡Mi vida está hecha un caos! —se lamentó—. ¡Todo se ha vuelto un desastre!

El anciano sonrió con paciencia.

—Esa energía que gastas en señalar los errores de los demás podría haber construido algo sólido. Pero en vez de crear, elegiste destruir con tu viento.

Desde ese día, Darío aprendió a callar cuando su única intención era criticar. En su lugar, comenzó a usar su voz para construir, inspirar y mejorar. Y así, el viento que antes devastaba su vida se convirtió en la brisa que impulsó su propio crecimiento.

LA VACA QUE TODOS ORDEÑAN

La condonación de la deuda entre el Estado y las comunidades autónomas es el debate de moda, aunque llamarlo debate es generoso. Porque, al final, todo es gasto público y aunque todo sale de nuestros impuestos, la vaca que todos ordeñan parece no ser de nadie… hasta que solo Europa nos pone de vez en cuando coto.

El mecanismo es simple, el Estado asume la deuda de algunas comunidades, las demás protestan para recibir lo mismo y, en la trastienda, todas saben que les beneficiará, aunque finjan indignación. Keynes justificaría el gasto público como herramienta para estimular la economía, y por eso aquí nadie dice nada sea del partido que sea. Mientras el dinero fluya, los gobiernos autonómicos están encantados para sus fruslerías o simplemente para ir bajando impuestos decimal a decimal y vacilarnos. 

Pero claro, en público hay que aparentar. Así que veremos a líderes nacionales  votar en contra con un falso gesto de rebeldía, mientras saben que su comunidad saldrá ganando. Un teatro perfecto donde la hipocresía es el único principio inquebrantable.

Y mientras algunos juegan a estar en contra de lo que les conviene, otros usan la condonación como moneda de cambio para conseguir apoyos políticos y la paz pactual. No es solo economía, es estrategia idiota, que diría aquel, compra de lealtades, silencios cómodos y acuerdos disfrazados de negociación democrática.

Pero la clave está en la vaca. Ordeñarla incesantemente evita reformar. Evita tener que mejorar un sistema de financiación autonómica ineficiente, desequilibrado y anacrónico. Porque aquí mantener y modificar no se lleva, aquí se prefiere esperar a que todo explote y luego aparecer como salvapatrias. La responsabilidad se aplaza, los parches se normalizan y el problema se hereda, con el mismo final de siempre, todos contentos hasta que la factura llega y entonces, otra vez, que pague otro.

Y lo peor es que el único mecanismo de responsabilidad que podemos exigirles es el voto, pero preferimos tenerlo cautivo, emocional, manipulado. Preferimos no pensar demasiado en él, no exigir demasiado con él, no plantearnos que el voto debería ser algo más que una reacción a lo que nos han hecho sentir en campaña. Y así seguimos, en un ciclo infinito donde campa Lampedusa y todo cambia para que nada cambie camino de la perdición. 

EL MIEDO AL PAPEL EN BLANCO

Empezar de nuevo es aterrador. Da igual si es una amistad, un trabajo, un negocio, una pareja, cualquier situación. No tener referencias, no saber por dónde ir, no contar con una historia previa que nos sirva de guía. Nos enfrentamos al vacío, y el cerebro, que odia la incertidumbre, hace lo que mejor sabe hacer, buscar algo conocido, aunque esté lejos, aunque ya no tenga sentido.

Por eso, puedes comprobar que cuando hablamos, siempre nos remitimos a un momento, a un lugar, a una experiencia pasada. “Esto me recuerda a aquella vez que…”. No importa lo remoto que sea, lo importante es que nos dé un punto de apoyo, algo a lo que aferrarnos para no sentirnos completamente perdidos.

El problema es que este miedo al vacío nos atrapa. Nos quedamos en situaciones que nos estresan, que nos agotan, simplemente porque son familiares. Lo incierto nos da más miedo que lo malo conocido, así que seguimos ahí, esperando que algo cambie sin atrevernos a tomar la decisión.

Extrapolamos esa estrategia a muchos campos de nuestra vida y en muchos casos quienes conocen la condición de la ley del mínimo esfuerzo del ser humano se aprovechan azuzando viejos fantasmas. Ellos también con el mínimo esfuerzo, consiguiendo mantenernos controlados. 

La neurociencia lo explica bien, el cerebro está diseñado para ahorrar energía, y crear nuevas conexiones neuronales implica un esfuerzo. Por eso, ante lo desconocido, prefiere aferrarse a patrones ya establecidos, incluso cuando nos hacen daño. Pero la plasticidad neuronal también nos dice que podemos entrenarlo. Podemos acostumbrarnos a la incertidumbre, reescribir nuestras historias, generar nuevas referencias.

Empezar de nuevo es como el papel en blanco: inquieta al principio, pero es la única forma de escribir algo distinto. Quizá la clave no sea esperar a sentirnos listos, sino empezar a escribir, aunque al principio no sepamos cómo. ¿ Te atreves? 

EL TRONO VACÍO

En un reino próspero pero inquieto, el pueblo enfrentaba una elección crucial: elegir a su nuevo gobernante. Entre los candidatos, había dos figuras principales: Aldo, el filósofo, un sabio que dedicó su vida a estudiar el arte del gobierno y la justicia, y Bran, el populista, un hombre de palabras fáciles que prometía que todo seguiría igual, sin incomodar a nadie.

Aldo hablaba de esfuerzo, de la necesidad de aprender, de cambiar lo que estaba mal. Recordaba a los ciudadanos sus propias flaquezas, instándolos a superarlas. Pero sus palabras eran incómodas, su mirada demasiado penetrante.

Bran, en cambio, les decía lo que querían oír. Prometía que ellos ya eran grandes, que el problema no eran sus errores, sino los otros, que no había necesidad de esfuerzo, solo de lealtad. Y el pueblo, en su miedo a la verdad, en su rechazo al espejo que Aldo les tendía, decidió entregar la corona a Bran.

Los años pasaron y el reino se adormeció en la comodidad de su mediocridad. La cultura se empobreció, la política se llenó de aduladores, y nadie osaba hablar de cambio por miedo a ser señalado como enemigo.

Pero el trono, vacío de sabiduría, se volvió un peso muerto. Y cuando las crisis llegaron, el pueblo comprendió que las palabras dulces no bastaban, que los reyes mediocres no construyen naciones fuertes, y que, tarde o temprano, solo quienes nos desafían a ser mejores son dignos de guiar nuestros destinos.

Pero para entonces, el filósofo ya no estaba.

ZELENSKI, EL CHIVO EXPIATORIO PERFECTO

La historia se repite, y esta vez el guion ya está escrito. Después de años de guerra, de miles de vidas perdidas y de un conflicto que ha desgastado a todos los actores, llega el momento de colgarse medallas y acabar con ella aunque la solución sea la misma que provocó la guerra. Lo llaman buscar una salida “honorable”. Pero para eso, se necesita un chivo expiatorio.

Zelenski, que fue presentado como el líder heroico de la resistencia, comienza a perfilarse como el hombre al que cargarán con el fracaso. Si la guerra no se ha ganado, si las vidas se han perdido en vano, si el apoyo internacional empieza a flaquear, la solución es simple: alguien debe pagar la factura. Y esa persona nunca será ni EE.UU. ni Rusia, sino aquel que ya no les resulte útil en la partida.

Esto no es nuevo. La política se ha servido siempre de figuras sacrificables para justificar decisiones que ya estaban tomadas mucho antes. Líderes que en su día fueron imprescindibles se convierten de repente en obstáculos, en errores de cálculo, en el precio necesario para cerrar un acuerdo que beneficie a los verdaderos jugadores del tablero.

Nos lo han hecho antes. Nos lo hacen ahora, ante nuestros ojos. Y quienes se niegan a buscarlo acaban contagiados y engullidos mediáticamente por la cuestión. La figura del chivo expiatorio, cabeza de turco o como lo quieran llamar ofrece una justificación para que la gente pase página sin remordimiento y ellos los saben. Se trata de una amortización más, esta vez de una persona a la que la historia debería recordar por todo lo contrario.

El problema es que, cuando nos demos cuenta de toda esta manipulación , ya habrán cambiado la narrativa y nos habrán hecho olvidar por qué empezó todo y los héroes serán otros.

D.E.P. CAIGA QUIEN CAIGA 

“Cuando la política es un meme, ya no hay sitio para el humor”

Caiga Quien Caiga cierra, y no porque el humor político haya dejado de tener sentido, sino porque ya no hace falta. La política se ha convertido en su propio chiste, un meme infinito donde los propios políticos son su avatar. Ya no necesitamos a nadie que los ridiculice, se bastan ellos solos. Pero ha llegado a más, están orgullosos de sus propias jaimitadas y las llevan a gala como muestra de seguridad y desempeño.

Antes, programas como CQC servían para desenmascarar, exponer contradicciones y poner en evidencia lo absurdo del poder. Hoy, la realidad ha superado a la sátira. Los discursos políticos ya parecen sketches, las declaraciones más disparatadas corren por las redes antes de que nadie las parodie, y el espectáculo está servido sin guionistas de por medio. La verdad está sobrevalorada dicen.

El problema es que lo hemos normalizado. Nos reímos, compartimos el clip, hacemos nuestro propio chiste… y seguimos adelante. Pero mientras la política se convierte en entretenimiento, los problemas siguen sin resolverse y se agravan. 

Quizá lo que necesitamos ahora no sean más programas de humor políticos o tertulias donde ellos opinan sin saber y sin resolver sino espacios donde se busquen soluciones reales. Donde en lugar de analizar el último ridículo parlamentario, se sienten expertos a debatir cómo navegar la incertidumbre que vivimos y adaptarse para mejorar la sanidad, la educación o la economía. Porque si los parlamentos han decidido convertirse en platós, alguien tendrá que contraprogramar con propuestas serias.

Cierra CQC, pero no porque haya perdido su función, sino porque el absurdo ya no necesita presentadores de negro para revelarse. Ahora nos toca decidir si seguimos riéndonos… o si empezamos a buscar alternativas. Aunque para  ese nombre se me ocurren muchas ideas que tiene que ver con la política. 

“PUES YO …”

Seguro que te ha pasado y no hace tanto. Estás contando una experiencia y, antes de que termines, alguien interrumpe con un “pues yo” seguido de su propia historia. No importa si hablabas de un viaje, un problema o una anécdota graciosa, en un segundo, nos asaltamos los unos a los otros y el foco deja de estar en ti y la conversación gira completamente hacia la otra persona.

Esta necesidad de hablar de nosotros mismos está profundamente arraigada en el cerebro. Un estudio de la Universidad de Harvard demostró que compartir experiencias propias activa los circuitos de recompensa, los mismos que responden a la comida o el dinero. En otras palabras, nos da placer. Pero somos conscientes de lo que este placer causa en los demás, veamos. 

Cuando interrumpimos con un “pues yo”, no solo desviamos la conversación, sino que enviamos el mensaje de que lo nuestro es más importante. En lugar de conectar, nos desconectamos.

Os propongo hoy un ejercicio sencillo para evitarlo. Practica la regla de los tres “y luego”. Cuando alguien te cuente algo, en vez de responder inmediatamente con tu experiencia, haz tres preguntas seguidas que profundicen en lo que te están contando:

• “¿Y luego qué pasó?”

• “¿Y cómo te sentiste?”

• “¿Y qué aprendiste de eso?”

Esta técnica no solo mejora la calidad de la conversación, sino que también fortalece los lazos. Escuchar genuinamente es un acto de generosidad que, además, nos ayuda a aprender del otro.

La próxima vez que sientas el impulso de decir “pues yo”, respira y devuelve la atención. Verás cómo cambia la conversación… y la relación.

FROZEN 

Así me he quedado, helada, en mis 30 segundos de tortura esta mañana. He investigado tanto acerca de esto que todas las señales me impulsaban a hacerlo. He empezado por 10’’.  A ver cuál es tu compromiso cuando acabes de leer. 

Si alguna vez has sentido que te falta energía por la mañana, no te olvides del café si quieres pero prueba esto, métete bajo un chorro de agua fría y verás cómo despiertas de inmediato. 

Más allá del  uuh ahhhh uuuuh ahhh y las ganas de cuestionar todas tus decisiones de vida, la ciencia ha demostrado que las duchas frías y los baños de hielo tienen beneficios sorprendentes para la salud.

Estudios recientes han confirmado que la exposición al frío activa el sistema nervioso simpático, aumentando la producción de una molécula que mejora el estado de alerta y combate la inflamación. Es decir, te vuelves más despierto y menos propenso a dolores musculares. Por eso seguro que has visto a  deportistas de élite sumergirse en hielo tras entrenamientos intensos, esto ayuda a reducir el dolor y acelera la recuperación muscular.

Pero no solo se trata de músculos. Un estudio publicado en Nature advierte que las duchas frías pueden fortalecer el sistema inmunológico, incrementando la producción de glóbulos blancos y reduciendo el riesgo de infecciones. Además, el impacto del frío en la piel mejora la circulación, cierra los poros y deja el cabello con más brillo.

Desde la neurociencia, sabemos que enfrentarnos a pequeños desafíos, como sobrevivir 30 segundos bajo agua helada sin huir, fortalece la resiliencia mental. La exposición controlada al frío enseña al cerebro a manejar mejor el estrés y a reaccionar con calma ante situaciones incómodas.

Así que la próxima vez que dudes, piensa en esto. sí, el agua fría es un golpe duro, pero también es una inyección de energía y salud. Y si los vikingos podían hacerlo, ¿por qué tú no? Ya sabes, let it go!