LA PROCESIÓN QUE VA POR DENTRO

Llega la Semana Santa y viendo el telediario reparo en una metáfora de oscuros y tristes contrastes, donde las promesas de renovación y redención se pierden en el laberinto de la autocomplacencia y el poder.

Este paralelismo revela no solo la distancia entre el ideal y la realidad, sino también la ironía de un escenario donde los actores parecen olvidar el guion original.

Como la Semana Santa, la política española a menudo arranca con entusiasmo y esperanza. Sin embargo, este entusiasmo pronto se revela como una procesión de vanidades, donde como siempre las promesas no son más que adornos efímeros, destinados a marchitarse antes de que el poder se asiente en sus manos.

Aunque deberían simbolizar el servicio y la humildad, se convierten en un espejo de la desconexión entre los políticos y aquellos a quienes pretenden servir. Lo que debería ser un acto de humildad, se tergiversa en un espectáculo vacío, donde el servicio público es reemplazado por el servicio propio.

En lugar de ser un momento de reflexión sobre el sacrificio, se transforma en una demostración de cómo los políticos se ven a sí mismos como mártires, sin percibir que son ellos mismos quienes han traicionado la estabilidad y la confianza pública abocando a la desilusión.

Debería ofrecer un momento de silencio y reflexión, pero en la política se convierte en un vacío, una pausa sin propósito donde la falta de acción y la indecisión se disfrazan de contemplación. Es un día perdido, donde la oportunidad de verdadera introspección y cambio se desvanece en la sombra de la inercia.

Incluso al final se ve empañada por la reincidencia en los viejos hábitos corruptos, un ciclo tedioso de renacimiento que no trae consigo ni renovación ni esperanza, sino más bien la repetición de los mismos errores y las mismas estrategias desgastadas.

En esta versión de la semana política en la que los verdaderos penitentes son los ciudadanos que abnegados asisten al teatro de la vanidad, un ciclo interminable de promesas no cumplidas y actos simbólicos sin sustancia.

Es urgente la necesidad de redención, no solo en el sentido espiritual, sino en la reconexión con los principios de servicio, humildad y verdadero liderazgo.

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