Las ideas no son por sí mismas una ventaja competitiva. Lo importante, interesante y poco frecuente es ponerlas en marcha.
Incluso cuando se ponen en marcha la ejecución puede resultar increíblemente distinta en diferentes equipos y con distintos autores. La filosofía que hay detrás de cada una puede ser muy dispar, igual que la finalidad que persigue o el motivo por el que se ponen en marcha.
Lo que está claro es que el qué no es más que una iluminación que en muchos casos suelen tener varias personas a la vez y lo que diferencia unas de otras es el cómo.
De hecho la pregunta que se refiere a cómo hacerlo o ponerlo en marcha la aguantan pocas propuestas y menos críticas. Por eso lo sencillo es quedarse en el qué y no entrar en profundidades.
Mientras, en la parte de qué hacer puede haber muchas personas de acuerdo, lo del cómo es otra cosa. A pesar de que damos por hecho que vienen juntas, los modos de proceder en ambos casos pueden ser muy distintos.
Los maniqueos debates actuales prescinden de toda reflexión y concreción haciendo que el trazo grueso sea lo que se defiende y ataca sin reparar en que el mensaje está tan vacío de contenido y detalle que apenas puede ser analizado.
La innovación no es normalmente crear de la nada o tener una idea genial que no se pueda llevar a cabo, se trata de mejorar lo existente a base de pensar, probar y modificar. Las ideas las aguanta cualquier papel y cualquier discurso, correr el riesgo de implementarla no.
Lo realmente difícil no solo es esto sino tener la suficiente responsabilidad y fe en ella y en su contribución y validez para que seamos capaces de anunciar el resultado concretando beneficios y evaluar si se cumplieron objetivos posteriormente.
Si esto lo aguantase un presupuesto o el programa electoral ganador, otro gallo cantaría e incluso veríamos si lo llevado a cabo es propio o ajeno pero nos conformamos con leer antes y no comprobar después. Así nos va. Las ideacas y las mentiras, cuentan.
