No puedo dejar pasar esta semana sin recomendaros el libro de Augusto Cury , “El vendedor de sueños.” Hace tiempo que leí su “Padres brillantes, maestros fascinantes” y me enamoré de la literatura de este psiquiatra brasileño, por cierto si tienes niños cerca o te interesa saber más sobre cómo acercarte a su mundo y ser su inspiración, léelo.
Hoy quiero compartir con vosotros algo que yo misma he notado en mi vida desde hace relativamente poco y que quiero transmitir a través de este pasaje del libro:
“—Físicamente, vivimos más tiempo que en el pasado, pero la percepción del tiempo es mucho más rápida. Los meses corren, los años vuelan. Algunos están en la cumbre de su juventud psíquica, pero se miran y descubren que tienen setenta u ochenta años. Actualmente, tener ochenta años es como tener veinte. ¿A ustedes, qué excesos los han afectado? —preguntó a los oyentes.
Desconcertados, en un rapto de sinceridad, los oyentes repasaron su vida y expusieron aquello que los asfixiaba.
—Exceso de compromisos —dijeron algunos.
—Exceso de información —afirmaron otros.
—Exceso de presiones sociales, competencia, metas, cobros, necesidad de estar siempre al día —manifestaron unos cuantos.
Éramos la sociedad del exceso; incluido el exceso de locuras.
Bartolomé no se quedó atrás y también hizo su aportación.
—Exceso de bebida. —Y como nunca podía dejar a nadie fuera de un asunto, nos miró y dijo—: Exceso de ego, de pereza, de religiosidad.
Le dimos un par de pescozones cariñosos.
La gente empezó a darse cuenta de que los excesos habían invadido nuestra vida. Tenían la necesidad de comprar sueños. El hombre de labios y ojos hinchados quería vendérselos, al menos quería ofrecerles unos pocos.”
“—¿Qué podemos hacer para cambiar esta extraña vida saturada de tensiones? —preguntó, angustiado, un hombre de unos sesenta años.
—Recorten los excesos, aunque pierdan dinero y rebajen su estatus —contestó el maestro, lacónico y directo—. Si no quieren llegar a viejos reclamando una juventud que ya pasó, deben tener el coraje de hacer recortes. Y no hay recortes sin dolor.
Me quedé pensando. ¿Acaso él había tenido el coraje de hacer esos recortes en su vida, o sólo era uno de esos teóricos que hablan sobre lo que nunca han experimentado? ¿Puede una persona sin experiencia abrir la mente a otras personas? Él me hizo notar que el tiempo volaba para mí. Yo estaba hundido hasta el cuello en el lodo de los excesos. Exceso de clases, de preocupaciones, de pensamientos, de pesimismo, de exigencias, de dudas. Yo había creado «superbacterias» que infectaban mi psique.”
Hasta hace poco yo también era una persona saturada de excesos, impuestos por una dinámica de vida que sólo te hace pensar en ti, en tu tiempo disponible, en tus compromisos sociales, en tu agenda, en vivir cuántas más experiencias mejor, en tener un exceso de actividad. Esto era lo normal.
Cuando empecé a disponer de mi propio tiempo, mi vida cambió, ya no era esclava de llenar mi tiempo para buscar algo que hacer, para poderlo contar y seguir hacia otra actividad.
Hace poco leí que existe, algo que me entristeció de mis adoradas redes sociales, un trastorno al que llaman FOMO (Fear of Missing Out) “Miedo a perderse algo” que es fomentado por lo que colgamos en ellas y consiste en ver lo que están haciendo otros y lejos de ser un motivo de alegría que tus amigos estén pasándolo bien, empezar a cuestionarte que tu vida es menos interesante. Una ansiedad social que manifiesta el miedo a la exclusión. ¿No es esto un exceso de locura?
Yo ya no deseo el mismo lunes que llegue el viernes para volver a la rueda y querer conscientemente que pasen rápido cinco días de la semana que suponen una enorme proporción de mi vida. Ya no tengo que mostrar ni demostrar nada. Me he vencido.
Ya no tengo que castigar mi cuerpo y mi mente con largas jornadas maratonianas sentada en una silla, con el síndrome de la clase turista acechándome y acabar pagándolo, recompensándome con los más deliciosos manjares que podía o con una actividad frenética en mi tiempo de ocio.
Conseguí introducir la meditación, la concentración, el mindfulness por ejemplo en la comida y ralenticé mi aceleración, dejé de engullir. Cuido mi cuerpo, no como el escaparate con el que debo impresionar a los demás, sino como el hogar en el que debo y deseo vivir la máxima cantidad de años, en las mejores condiciones y lo hago con la satisfacción del esfuerzo recompensado. Lo ejercito para mantenerlo a punto y lo alimento lo mejor que puedo, aún sigo dándome caprichos, pero ya no son excesos.
Disfruto mucho más de mi familia, de mis amigos, de mis libros, de la música, de todas esas pequeñas cosas que me regala la vida cada minuto y por las que a diario agradezco vivir. Cada vez que inspiro, es una acción que me llena del momento que vivo, inspiro lo bueno que hay en todo y en todos. Sigo entrenando cada día para no retroceder.
Habréis oído miles de historias sobre personas que lo dejan todo, se van a vivir al campo, a la playa, son voluntarios, cooperantes, dejan sus fantásticos trabajos para poder, por fin, vivir. Estas personas son quienes no tienen miedo a perderse y desistieron de sus proyectos por los excesos.
“La vida, como apunta Cury, se extingue rápidamente en el paréntesis del tiempo”. Pactemos no insuflarle mayor aceleración.
Sé consciente y disfruta de lo que la vida pone a tu alcance en cada momento, no mires sólo al frente, amplía hacia los lados, arriba y abajo, enlentece tus días, siendo consciente de que son un regalo que no volverás a vivir. No corras.
¡¡Buen fin de semana!!
MARAVILLOSOOOO GRACIASSSSSSS
Date: Thu, 27 Mar 2014 08:48:59 +0000 To: montsedepablos@hotmail.com
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Gracias a ti!!!!!
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