En cuántas ocasiones una sencilla “opinión”, sobre un tema ha desembocado en una tormenta emocional, en la que una de las partes ha quedado petrificada por la reacción de la otra y ésta exhausta con el secuestro emocional que ha sufrido.
Si recurrimos al Diccionario la acepción sobre opinión, explica” dictamen o juicio que se forma de algo cuestionable, dudoso o problemático” para a continuación decir” forma o concepto que se tiene de algo o de alguien”. Más de mil millones de entradas en Google abalan una palabra que además de poder ser pública, lo que es cierto es que la posee todo el público.
Quiero reflexionar hoy sobre las opiniones, sobre los juicios que nos afectan, sobre los cambios de opinión, sobre las opiniones gratuitas, sobre las opiniones negativas, sobre si se debe opinar alegremente, sobre qué opina la mayoría…
Muchos hemos sido testigos de lo que influyen las opiniones en las personas y el efecto que tienen sobre nosotros, hasta la más nimia alusión dicha en el momento preciso ( momentos de duda, de zozobra, de cambio), por la persona idónea (un jefe, un amigo, un familiar, un extraño) y en la cantidad justa, pueden tener, dependiendo de su contenido , efectos motivadores ( mensajes positivos , de confianza y ánimo) o devastadores (críticas con afirmaciones generalizadas y universales).
Es cierto, que debemos desarrollar herramientas internas que nos ayuden a bajarle el volumen a todo este ”ruido “y sea lo que tú piensas de ti mismo, lo fundamental. Aunque ejercitar nuestra persona para no provocar esos efectos tampoco es desdeñable, sobre todo, por los réditos que a largo plazo nos puede dar, tanto en nuestra vida laboral, como en la familiar.
La opinión soporta estadísticas sin fuente (el 30% de las personas no hacen eso, no son así), afirmaciones sin constatación ( porque lo digo yo o me parece a mi), aseveraciones sin conocimiento experto ( opinamos sobre medicina, religión, carácter) y la mayoría de ellas las archivamos en nuestro cerebro, sin darnos cuenta, como verdades incuestionables que en poco tiempo regirán nuestras vidas. Siendo, como asegura Vicenzo Gioberti, “enemigas directas de la verdad”
Bien están las opiniones pedidas, que lo que requieren y realmente solicitan de nosotros, es una confirmación de lo preguntado, ya que la cuestión casi siempre se plantea de manera que implícitamente, leyendo el lenguaje corporal, traslada el resultado. Si nuestro interlocutor no nos presta la suficiente atención y o bien contesta lo que cree, o lo primero que se le pasa por la cabeza, no entenderá para nada el arrebato de quien preguntó, quien sin embargo, si detectó, en su contestación, su «falta de tacto”. En este caso, prueben a repetir al “indagador” la misma pregunta pero con otras palabras, puesto que lo que muchos pretendemos, no es más que reflexionar en voz alta, y somos nosotros mismos los que tenemos todas las claves para su resolución. Simplemente sé el reflejo amigo, eso demostrará que prestas atención y que tienes interés en ayudar.
En cualquier caso, a ninguno se nos pasa por la cabeza la responsabilidad que supone opinar-aconsejar sin que sea algo científica o técnicamente probado, y aún así… y si nos culpan de su fracaso, tendrían o no razón… Y de su parte, si nosotros no vamos a soportar las consecuencias de nuestras opiniones, qué grado de fiabilidad pueden tener éstas. Y si piensan que “lo bueno” es aconsejar, sea como sea y sobre lo que sea, es porque si no, puede parecer que no te preocupas lo suficiente…
Otra cuestión es la opinión espontánea, gratuita. En más ocasiones de las que deseamos, además, las expresamos en forma negativa, si a esto le añadimos que las más numerosas versan sobre temas de los que «todo el mundo puede hablar», sin conocimiento experto, se tornan en agresiones continuas de las que en muchas ocasiones, es duro recuperarse. Es un tópico cierto, que es deporte nacional, opinar sobre la imagen o “vida” de personas a nuestro alrededor, sin que nadie nos lo pida, a bocajarro ( estás más …, menos …, te queda mejor aquello, tú eres muy…. Como instintivamente sabemos que para esto nunca es el momento, lo soltamos cuando menos se lo esperan, con lo que el efecto pernicioso es doble, si coincide en que esa inoportunidad proviene de la misma persona, se activará en nuestro cerebro un automatismo, que llevará a un secuestro emocional, encenderá un sistema de alarma y almacenará a esa persona como atacante y todo lo que nos diga o nos haga, a partir de entonces, será visto desde un prisma negativo. Ya pocas opciones tendrá de pasar esa persona a la lista A, y el comportamiento del agraviado basculará entre víctima inocente y/o justa indignación.
Si no puede remediarlo, no puede permanecer callado, describa, no opine, le entretendrá y ya que como dice Pla es mucho más difícil,que opinar, cuando haya acabado no le quedarán ánimos.
Tiene esto algo que ver con el respeto?
Os dejo como reflexión práctica un Diálogo de Sócrates:
Los tres filtros: Verdad, Bondad, Utilidad
– ¿Sabes, Sócrates, lo que acabo de oír sobre uno de tus discípulos?
– Antes me gustaría que pasaras la prueba del triple filtro.
El primero es el de la Verdad. ¿Estás seguro de que lo que vas a decirme es cierto? Platón
– Me acabo de enterar y …
– … o sea, que no sabes si es cierto.
El segundo filtro es el de la Bondad. ¿Quieres contarme algo bueno sobre mi discípulo?
– Todo lo contrario.
– Conque quieres contarme algo malo de él y sin saber si es cierto. No obstante aún podría pasar el tercer filtro, el de la Utilidad, ¿me va a ser útil?
– No mucho.
– Si no es ni cierto, ni bueno, ni útil, ¿para qué contarlo?
foto: http://www.educared.org.ar/comunidades/tamtam/ciclopedia/1212_Estereotipos.jpg