“El dinero no da la felicidad” este viejo adagio que tanto repetimos, es en realidad una justificación para aceptar de mala gana las situaciones económicas que no nos gustan o es el mantra que nos recuerda una realidad que incluso los estudios constatan.
Seguramente si nos ponemos en la situación de no tener dinero del que disponer para nuestras necesidades más básicas, nuestro pensamiento, lo que sí concluirá es, que la falta de dinero acaba con la felicidad desde el momento en que arroja sobre nosotros preocupaciones y cuestiones que lejos de proporcionarnos oportunidades y opciones nos estresan y soliviantan.
Y si nos detenemos entonces a pensar en todas esas personas que habitan en otros lugares del mundo donde las necesidades se multiplican a la enésima potencia, podemos concluir entonces que puedan ser felices en algún momento.
Qué ocurre para que en el Ranking de Felicidad de 2013, en el que se miden la esperanza de vida, la percepción del bienestar y la huella ecológica, los habitantes de países como Costa Rica, Vietnam o Colombia sean mucho más felices que los alemanes, españoles o estadounidenses.
Que ocupemos el número 62 en esta lista y que los países que consideramos más avanzados no sean los más felices, ¿nos envía algún mensaje?. Cada uno de nosotros, ¿se siente afortunado de poder vivir en un país como el nuestro?
Tiene algo que ver que no seamos conformistas y queramos mejorar con que todo lo veamos mal y tengamos la sensación de no disfrutar de un merecido bienestar y por lo tanto no seamos lo suficientemente agradecidos como para ser felices con lo que tenemos.
Sabemos agradecer las oportunidades que tenemos a nuestro alrededor o a lo mejor damos demasiadas cuestiones por hecho a lo largo del día, empezando porque despertarnos y respirar lo consideramos normal.
Y si consiguiésemos desarrollar estrategias que no tuviesen que ver con la consecución de la felicidad basándola en referencias externas y además materiales,
Si dejásemos de recordar y enumerar lo que no tenemos y empezásemos la lista contraria. Si contabilizásemos como doble las cosas que disfrutamos y que sin embargo, damos por hecho y en realidad no tenemos aseguradas.
¿Son cosas lo que nos hace felices? Realmente queremos trabajar más horas y ganar más dinero para acumular más objetos, casas, coches… está ahí nuestra felicidad. ¿Cuánto nos dura la satisfacción de estas adquisiciones?, ¿cuánto tardamos en sobresaltarnos con un nuevo modelo, con un deseo de un casa más grande?
Y si damos un paso en esta dirección y hacemos caso a lo que explica Robert Frank en su libro “Luxury Fever”, y si en lugar de comprar y poseer cosas, obteniendo sentimientos de frustración, gastamos el dinero en experiencias, especialmente las que llevamos a cabo con otras personas, las que nos procuran emociones positivas, que tienen para nosotros mejor significado y de las que guardamos mejores recuerdos.
Ir a conciertos, hacer picnics al aire libre, cenas, comidas, viajes en grupo… cualquiera de estas actividades, dan más placer que las compras materiales.
Además si el dinero es gastado en los demás, el impulso a tu felicidad será mucho mayor. Invitar a un amigo a comer, comprar algo a tu familia o donar una cantidad a alguna persona o proyecto, te demostrará que esa emoción es más reconfortante que gastarlo en nosotros mismos.
Has reparado alguna vez en qué gastas tu dinero principalmente. A partir de hoy haz una lista de tus gastos de este mes. Observa si gastas más dinero en experiencias que en cosas, si tu columna de “hacer” es mayor que la de “tener”, estás trabajando en tu felicidad si no, es hora de invertir mejor. 😉