El mundial de Catar ha puesto sobre la mesa muchas de las costuras estalladas que nuestra sociedad abierta no sabe coser, sobre todo tratando de hacerlo con útiles y herramientas, como mínimo, de la época industrial.
Defendemos los Derechos Humanos en abstracto con uñas e insultos pero no cuando afecta a la economía, a la energía, a las drogas, la armas o incluso al fútbol. Todo lo que signifique comerciar se torna sagrado aunque sea con sátrapas y regímenes que son de todo menos democráticos. Poderoso caballero es don dinero que diría Quevedo.
Lo vimos justificando la expoliación con las comisiones millonarias de las mascarillas en plena pandemia con dinero público por ser privadas y ahora asistimos a las dádivas cataríes para comprar barnices en forma de voluntades y opiniones. A tiempo estamos de cambiar el tipo delictivo. Ellos saben que en Occidente todo tiene un precio. Aunque aceptar eso suponga reconocer que en el pasado supuso la decadencia de un Imperio.
Pero también ha vuelto a poner de manifiesto que este deporte de élite no puede ser un mal ejemplo de deportividad para los que practican el deporte base y promocionar que algunos y algunas sean excluidas y abucheadas por no ser galácticos y querer jugar al fútbol. No voy a entrar en más jardines sobre los negociados alrededor que tampoco son muy edificantes.
Esta foto por ejemplo reúne, lo que significa no saber ganar, no saber perder, no reconocer ni poder celebrar el triunfo, ni reconocer el dolor ajeno. Siendo incapaces de dejar en el partido lo que pasa en el partido. Para que luego digan de la violencia en el boxeo.
Pero lo peor es que lejos de ser algo circunstancial de lugar y de tiempo esta actitud la he visto tantas veces que no por ello deja de preocuparme. Ridiculizar al que pierde en lugar de reconocer su esfuerzo y hacer mofa y leña del árbol caído para avergonzar suele ser habitual.
Sé que es fruto de las propios nervios pero sabiendo que ganar o perder en el fútbol de alto nivel a un partido es más cuestión de suerte que de otra cosa según el estudio de Lago publicado en European Journal of Human Movement, la actitud de unos profesionales debería haber sido otra.
