Sigo con el corazón encogido desde que este país y este mundo ha perdido de esta forma a Verónica Forqué con su eterna sonrisa, talento y sensibilidad.
Casualmente y estoy segura de que gracias a ella, seguí su reciente paso por Masterchef que por supuesto no me dejó indiferente. Sobre todo porque observé una deriva muy preocupante.
Su alta sensibilidad y su delicada situación anímica era palpables durante cada episodio del programa y aún así seguían haciéndola participar de cruentas críticas por parte del jurado mezcladas con la incomprensión de sus compañeros. Aunque todo eso ocurrió en el verano, en la actualidad la amplificación de su participación en las redes ha sido bestial. Incluso cuando ella misma dijo basta.
Acaso si estamos viviendo esos momentos tan difíciles dentro de nosotros mismos, nadie es capaz de darse cuenta y decidir que no todo vale para entretener y ganar audiencia. De ver igual que muchos que eso no formaba parte de ninguna actuación.
Siempre he pensado que todos y cada uno de nosotros vivimos continuamente luchas internas que nos hacen sufrir. No entro en si existen o no razones objetivas porque lo que importa es cómo lo vive uno mismo y las herramientas con las que cuenta para afrontarlo.
Ser de las personas que pueden suponer y evitar sufrimiento gratuito a los demás es una obligación en el propósito de hacer un mundo mejor. En algunos casos simplemente se trata de no echar leña al fuego o de no ser descarnado al expresar una queja o evaluación sobre el comportamiento o la obra de cualquiera.
Sobre todo no entiendo cómo unos cuantos días cocinando en prime time pueden acabar con lo que una persona ha estado sembrando maravillosamente en nuestras vidas durante años. Esa sensibilidad arrolladora que fue su mayor fortaleza para llegarnos con sus emociones, ha sido su talón de Aquiles para enfrentarse a una sociedad que nos cree a todos replicantes.
Humanicémonos.
