Al llegar por primera vez a un trabajo, a una pandilla, a cualquier organización o reunión social, una de nuestras preocupaciones puede ser conectar con todo el mundo y dejar que la mayoría tengan una buena sensación sobre nosotros.
Hacer esto en un corto espacio de tiempo y con un montón de objetivos móviles alrededor posiblemente sea más fácil que agradar y hacerse popular en nuestro entorno habitual más cercano.
Un truco flash que pocas veces falla es ”interesarse por los demás en lugar de avasallarles con nuestros intereses y no dejar de hablar de nosotros”
Tratar desesperadamente de caer bien a todo el mundo, en todo momento es casi imposible pero sobre todo, en nuestros entornos laborales y de amistades puede tener efectos nada deseados para nosotros.
Puede producir una sensación de tensión y de estrés que apena nos deja ser nosotros mismos puesto que ponemos todo nuestro empeño y foco en los demás, en evitar sus críticas y ser objeto de sus halagos y reconocimiento, lejos de sentirnos seguros, estaremos desempeñando una sucesión de papeles sin tener muy claro, si después de todo, va a funcionar. Por lo que saldremos de nuestro trabajo o nuestra reunión perdidos, derrotados y con una sensación artificial difícil de desprenderse de ella.
En el momento en que alguien nos dedique alguna opinión o crítica que no hayamos barajado o que para más inri hayamos trabajado para evitar, a nuestra sensación artificial se unirá la de un estrepitoso fracaso, que aumentará nuestro tiempo de recuperación.
Imaginaos si en vuestro círculo tenéis que hacer frente a unas cuantas personas, si ascendéis o ampliáis vuestros contactos, cómo se multiplicará el trabajo y como se dividirá vuestra fuerza mental y vuestra confianza en vosotros mismos.
Tampoco reparamos muchas veces en que las reacciones de los demás pueden parecer referirse a nuestro comportamiento o dirigirse a nosotros y sin embargo pueden proceder de una mala gestión de emociones de la propia persona, que trae consigo de otras cuestiones o experiencias y nos las lanza para, de alguna manera, sentirse aliviada.
¿Qué os parece ahora ir por la vida recogiendo las emociones negativas de otros, responsabilizarnos de ellas, asumir culpas y encima querer agradar? ¿Cuánta energía diaria podemos dedicarle a todo esto y restársela a nuestros hobbies, pasiones y objetivos?
Quizá os suene o tengáis una historia parecida a la que narra Dale Carnegie en uno de sus libros:
“Cuando el extinto Matthew C. Brush era presidente de la American International Corporation le pregunté si era sensible a las críticas. Me contestó así: «Sí, era muy sensible en otros tiempos. Tenía afán de que todos los empleados de la organización pensaran que era perfecto. Si no lo pensaban, me preocupaba. Trataba en primer lugar de agradar a la persona que me había atacado, pero el mismo hecho de entenderme con ella ponía a otros fuera de sí. Después, cuando trataba de arreglar cuentas con esa misma persona, me creaba otro par de moscardones. Finalmente, llegué a la conclusión de que cuanto más trataba de pacificar los espíritus más enemigos me creaba. Entonces me dije: ‘ Si consigues ser más que los demás, serás criticado. Acostúmbrate, pues, a la idea. Esto me ayudó enormemente. Desde entonces me fijé la norma de obrar como mejor sabia y podía y, a continuación, abrir el viejo paraguas y dejar que la lluvia de críticas cayera sobre él y no sobre mí».
Entre ser desagradable con la mayoría de las personas para reforzarte y querer agradar a todo el mundo, hay una infinidad de posibilidades.
Una persona mentalmente fuerte, trata a todo el mundo de forma apropiada y justa, con amabilidad y tampoco se asusta si tiene que defender algo o dar su opinión contraria.
Pensar que las críticas no son más que las opiniones de otros, basadas en su experiencia o en sus vivencias y que no son tu realidad, te hace ser consciente de que “la llave de tu felicidad, no la puedes poner en el bolsillo de cualquiera”.