Hay quien se rinde y se baja pronto de las cosas. Empieza a pensar en todas las cosas que empeñó, en todo el esfuerzo que dedicó y se siente poco reconocido, nada apreciado y se encierra en sí mismo, haciéndose más vulnerable. Además se contagia.
Lo he visto y comprobado en numerosas ocasiones, sabiendo que justo al momento siguiente, con otra actitud, se hubiese abierto una oportunidad nueva. Yo misma lo he vivido.
Al principio creí que era parte de impaciencia, hija de la ira y de la cantidad de emociones negativas que esta produce y la cantidad de acciones en caliente que esta demanda.
Después comprobé que se suman otros muchos componentes que hacen que con malos consejeros y una situación estresante se produzca una voladura incontrolada en la que haces que parte de tu vida salte por los aires.
La vida está llena de dificultades y retos a los que todos nos enfrentamos antes o después. Desarrollar una capacidad que nos haga resistentes y persistentes es una necesidad que ayuda para poder, adaptándose, seguir adelante.
No supone ser inmune o impermeable a los traumas pero sí que consiste en la capacidad de recuperarse de las experiencias que nos cuestan y crecer.
Estoy segura de que no sería la misma persona si no hubiese trabajado esa capacidad durante años. Decía Shakespeare que no hay nada bueno o malo, que es el pensamiento el que lo hace así. Hagamos que el nuestro trabaje en nuestro favor.
