DE LA NECESIDAD DE PEDIR AYUDA

No es nada nuevo que el ser humano es la ley del mínimo esfuerzo. Para cualquier cosa que hacemos elegimos el camino que suponemos nos consumirá menos energía.

Por eso no es fácil que cambiemos de hábitos que hemos automatizado, ni de creencias que hemos heredado. Todo para que nuestro sistema tenga su indicativo de batería en un alto porcentaje.

Si a esto le sumamos que nuestra concentración ahora es mínima, imagínense el análisis de los temas que se suceden a velocidad de vértigo en la actualidad. Superficial es poco. Es más, estoy segura de que solo leemos y escuchamos lo que nos interesa para nuestra posición. Por lo que albergar esperanzas de cambio es una quimera.

La cuestión es que hay personas cuyas creencias, pensamientos y estrategias no son demasiado ecológicas para ellos. Es decir, no les acercan para nada a sus objetivos y en algunos casos incluso no dimensionarlas bien hacen que trabajen en su contra indisponiendo a su entorno contra ellos.

Si no somos capaces de darnos cuenta por nosotros mismos y tampoco tenemos una persona de confianza cercana que nos pueda advertir, probablemente acabaremos cometiendo errores sin ni siquiera darnos cuenta.

La humildad que requiere pedir opinión sobre nuestro comportamiento a quienes nos pueden ayudar no está al alcance de quien no soporta sentirse vulnerable pero a veces es la única forma de crecer.

¿Cuál es tu tipo?

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Seguro que ya has leído más de un artículo de las características que tiene que tener un emprendedor, te has leído algún  libro que tiene que ver con empezar algo nuevo o le estás dando vueltas a poner en marcha una idea desde hace tiempo,  a protagonizar un cambio en tu vida.

Además de las cuestiones técnicas que tendrás que abordar para pasar a la acción, tendrás que lidiar con un montón de personas que opinarán, incluso sin tú pedírselo, sobre tus posibilidades de triunfo.

Cuando estás en un momento de cambio, las dudas y las preguntas te asaltan constantemente planteando desafiantes escenarios a tus ideas , planes o proyectos y mientras estos se suceden como en una película o se pasan como en las páginas de un libro, estar alerta para elegir de quienes te rodeas, es fundamental.

Seguro que si le cuentas a uno de tus compañeros que te ves dirigiendo esa empresa en la que trabajáis o como dueño de otra similar, probablemente se reirá de ti, y te desgranará la cantidad de cuestiones de las que adolece tu plan y tu persona para ser realidad. Sin embargo si se lo dices a tu jefe, quien ya ha llegado a ese punto que es tu meta, seguro que a él no le parecerá una broma. Las grandes personas no se rien de las grandes ideas, todo lo contrario te animan a ponerlas en marcha, a pasar a la acción.

  » Si a ti mismo no te asusta tu sueño es que no piensas en grande»

Con esto, qué quiero decir, que hay que saber a quién le cuenta uno los planes que tiene para su futuro porque en un estado tan sensible como el principio de la producción o la creatividad, cualquier cuestión bien o mal intencionada puede hacernos mella.

David Schwartz en su libro «La magia de pensar en grande”, lectura que te recomiendo, hace distinción entre tres tipos de persona:

Un primer grupo en el que están los que se rinden por completo, convencidas de que no pueden conseguir lo que  pretenden y que el éxito es para los demás. Buscan siempre una explicación a su estado.

Un segundo grupo, los que se rinden parcialmente. Entran en la vida adulta con esperanza de éxito, trabajan y luchan durante un tiempo pero luego deciden que el éxito no vale el esfuerzo, a través de desarrollar temores como: miedo a fracasar, a la desaprobación social, a la inseguridad, a perder lo que ya tiene. Quienes son “gente talentosa e inteligente que eligió arrastrarse por la vida porque les da miedo levantarse y correr”

Y un tercer grupo que son los que nunca se rinden, este grupo que supone un 2-3% del total, vive y respira éxito. Hallan estímulos, recompensa, miran cada día como nuevas aventuras y una oportunidad de vivir plenamente.

Si con nuestros proyectos queremos estar en este tercer grupo debemos eliminar de nuestro rededor todas esas fuerzas negativas que tratan de acabar con nuestros sueños insuflándonos sus miedos.

“La gente que le diga que no puede ser hecho, son casi siempre seres infortunados, estrictamente en término medio, en el mejor de los casos mediocres en cuanto a realizaciones. Las opiniones de este sector pueden ser veneno.”

 

Si está rodeado de este tipo de personas, utilice sus comentarios como un desafío a sus propios proyectos. Estos saboteadores están al alcance de cualquiera, listos para echar a perder sus ilusiones y a sabotear sus progresos positivos con algún pero.

  

Si estás en esa etapa, sé escrupuloso con quienes compartes tus sueños, hay una enorme diferencia de la energía que te embargará dependiendo de que  circules en grupos donde emprender sea lo normal, o lo raro.

Selecciona a personas con amplias miras a las que les guste vivir en la incertidumbre de esta nueva era, que  prevean escenarios futuros halagüeños y diferentes.

Busca conversaciones que te interesen, que refuercen tu positividad, pensadores grandes que deseen que tú también triunfes. No hay mejor vía de triunfo que ayudando a los demás a que lo hagan.

 

Detente a pensar, ¿qué tipo de persona quiero ser?

 

 

Pedir ayuda

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Una cuestión no bien vista en Occidente, sinónimo de debilidad, de flaqueza, digna de esconder y avergonzar. Es o no es absurda la creencia?
Desde que somos pequeños necesitamos ayuda para muchas cosas, al principio incluso para sostenernos erguidos, alimentarnos y los cuidados más básicos y en nuestra vejez, los que llegan, acaban teniendo que lidiar con similares necesidades.
Si a temprana edad, son nuestros padres quienes nos proporcionan esta ayuda, alertados por nuestros llantos, poco a poco van desarrollando un sentido de la responsabilidad que les agudiza la previsión de muchos de nuestros gestos y sonidos, para prestos asistirnos con abnegación.
Literalmente acaban leyéndonos la mente, por lo que no aprendemos a pedir ayuda, cosas, está claro que sí, pero sólo eso, y menos a acompañarlo de un por favor o un gracias. De repente creemos que somos lo suficientemente autónomos para no necesitar a nadie, y por lo tanto desdeñamos cualquier tipo de ayuda que venga de frente o haya que agradecer, preferimos que sea tácita y que incluso a posteriori, podamos criticar sin problemas.
Esto nos hace tener una falsa imagen de fortaleza de nosotros mismos, que se desvanece en cuanto hay que salir del cascarón y enfrentarse al mundo real. Todos los que aseguramos que no necesitamos ayuda temblamos ante cualquier desafío e intentamos disimular este temor con cualquier argucia, sólo para no demostrar que no lo sabemos resolver. Si ésta es nuestra táctica, jamás estaremos en condiciones de aprender nada, ni de reflexionar sobre nosotros mismos, ni de cuestionarnos algo.
Pero qué bien se vive haciéndose el “fuerte” cacareando a los cuatro vientos “yo nunca pido ayuda”. Pero lo hacemos porque nos cuesta reconocer que no sabemos o por no tener que devolver el favor, por no agradecerlo, por no desconfigurar nuestra propia imagen de autónomo o simplemente porque todo ese ego concentrado en orgullo y amor propio nos parece tan insalvable que preferimos seguir con el papel.
Son las miles de veces que nuestros padres, y en concreto nuestras madres, nos han ayudado sin tener que pedirlo, quienes nos han hecho pensar eso, que nadie nos ayudaba. Son quienes nos han acostumbrado a que todo el mundo debe imaginar nuestras necesidades y ofrecerse sin más.
Todos los que nos confesamos culpables de intentar adivinar las necesidades de otros y ayudarles sin que lo pidan, les estamos haciendo un flaco favor. En primer lugar nuestra previsión interpreta lo que puede ocurrir, casi siempre negativo, y nos adelantamos para intentar evitárselo a toda costa, sin que lo pida. Cometemos dos errores uno, impedir que se acostumbren a algo tan vital como es soportar las frustraciones, los ataques o cómo se esfuman las expectativas y dos, a desarrollar las herramientas necesarias para enfrentarse a esto. Hundirse con cualquier incidente azaroso o no saber cómo resolver sus propias cuitas harán de las personas unas inadaptadas a las que cada vez les costará más salir adelante.
Además siempre encontrarán en nosotros unos culpables en quienes descargar su ira o su pena difícilmente remontable. Entre ver sufrir desde la barrera y deshacer entuertos por otros que ustedes creen que son más frágiles, atémonos a la silla, observemos como a pesar de la dureza de las circunstancias, la resiliencia va ganando batallas a los miedos y a las supuestas debilidades. Todo el mundo lleva una bellota dentro que se puede convertir en un roble, no hagamos de la bellota de los demás nuestro propio bonsái.
Nuestra ayuda se pide por favor, se argumenta con razones de peso y se reciben las gracias cuando termina. Si quieren colaborar en la construcción de personas fantásticas háganles llevar un diario de gratitud, trabajen y entrenen con ellos la necesidad que tenemos todos de pedir y agradecer ayuda, física, psicológica, emocional y lo importante que es, para mejorar y sentirse bien. No les evite nada. Enseñe a dar gracias por todo lo que tienen y por tener la oportunidad de desarrollar capacidades y habilidades que, de eliminarse, harían de su vida una tortuosa ruta.