
Mientras los hechos se suceden a velocidades de vértigo en nuestra vida. Nuestro cerebro no descansa a pesar de hacer una selección y filtro constante para no conseguir gripar nuestros motores, pero aún así, hay quienes se empeñan en dar a muchos de estos acontecimientos el mismo valor y someter a varias atmósferas sus neuronas constantemente.
Ocuparse y preocuparse por hechos sobre los que no se tiene control, hace que nuestra imaginación en un uso perjudicial nos sirva para provocar más miedos y ansiedad, en lugar de ayudarnos con las soluciones. Es lo que provoca el estrés, una merma importante en nuestras capacidades, sobre todo en la creatividad. Nos acostumbramos a vivir en un estado de alarma constante, siendo difícil que podamos, en este estado, trabajar para buscar soluciones.
Otro de los esfuerzos que acometemos para aumentar nuestro nivel de estrés es darle a las cuestiones que vivimos en las relaciones con otros, más importancia de la que realmente tienen, magnificando los rasgos negativos y yendo más allá de los hechos. Añadiéndoles creencias, suposiciones y experiencias anteriores. La mayor parte de las veces no ocurre lo que imaginamos. Aunque en muchas ocasiones lo complicamos nosotros hablando de más sobre la cuestión y poniendo a nuestro interlocutor alerta, al dar argumentos y excusar comportamientos que ni siquiera había detectado, por no tener que ver con lo estrictamente ocurrido.
Muchas personas lo llaman “no tener la conciencia tranquila”, pero en muchas ocasiones también responde a circunstancias que por las analogías de recuerdos que suscitan en nuestra mente, creemos que se repiten en su integridad y por lo tanto, nos enfrentamos a ellas, de nuevo, con las mismas armas. Si una vez no funcionaron y te trajeron complicaciones, qué te hace pensar que ahora sí lo harán.
“La manera en que vemos el problema es el problema” dice Steven Covey. Si respondemos a las creencias que los demás tienen de nosotros disculpándonos y contando una película que nada tiene que ver con los hechos, no trasladaremos lo que queremos manifestar en realidad, ni conseguiremos nuestro objetivo.
La mejor forma de no ser presa de estos momentos es la reflexión, no actuar ni por impulsos, ni por consejo externo. Los demás también tienen sus experiencias, creencias e intereses, que aunque no sean trasladados con abyecta intención, pueden complicar en lugar de resolver, ellos casi nunca tendrán que soportar las consecuencias. Nosotros tenemos todos los datos, resolvamos.
Para tu diálogo mental, escribe en un papel los hechos tal y como ocurrieron, pregúntate qué importancia tienen para ti y qué importancia crees que tendrán para la otra persona. Qué quieres hacer, cuál es tu objetivo, cómo te sentirías mejor y si con esto que vas a hacer, vas a estar más cerca de tu meta. Guárdalo, léelo en tres días y si sigues pensando lo mismo, hazlo. Si no, habrás comprobado que en un secuestro emocional es mejor no tomar decisiones.
Recuerda el proverbio chino “Si tienes un problema que no tiene solución, para qué te preocupas, y si tiene solución para qué te preocupas.”
Deja fluir el “qi”
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